jueves, 29 de julio de 2010

La invasión de los girasoles mutantes

Episodio 9: Dos Valkirias frente a frente.

A sus pies un campo de girasoles ardiendo en la noche, con el ruido de sus hombres rematando los que quedan vivos que aúllan de forma horrible, como pidiendo auxilio a las estrellas. Algunos, aun en la agonía, se arrastran para alcanzar con sus callosas manos los pies de la joven. Es una joven alta, de una belleza feroz, como si le hubieran arrancado la inocencia que una vez tuvo. Lleva el pelo en una corta melena oscura recogida en una coleta de la que se han escapado unos cuantos mechones empapados en sudor. Va completamente vestida de negro, con unos pantalones ceñidos y una camiseta de tirantes.
-Estos hijos de puta no se rinden nunca –dice Helen desenfundando sus armas y rematando a los girasoles que se le acercan arrastrándose.
-Nunca, jefa -le responde uno de sus hombres-. Habrá que acabar con todos.
-Esa es la idea, Jones, es la idea. Corre la voz, nos vamos. No podemos quedarnos demasiado tiempo aquí, puede aparecer la Corporación de un momento a otro.
El soldado empieza correr la voz y ruge una marabunta de voces de hombres y mujeres que empiezan a ponerse en marcha como uno solo. Pronto todos están en sus caballos y los que no pueden montar por las heridas sufridas son subidos a lomos de sus caballos. Helen se acerca a la suya, una yegua blanca de magnifico porte. Le acaricia el lomo. El animal esta nervioso por el reciente combate.
- Ya está Nashville, ya está, todo ha pasado, viviremos un día más -de una de las bolsas llegan un extraño ruido y Helen esboza una sonrisa, abre la bolsa y mira dentro. Hay un gatito pequeño, blanco y negro, que mira a la chica sin saber bien lo que está pasando-. Eso va también por ti, William. Estamos bien.
Se sube al caballo y sigue a la columna formada por sus hombres, dejando el infierno del campo de batalla detrás, tratando de no pensar en los caídos. Quedan dos horas de cabalgata hasta el campamento base. En ese mundo de mierda, es tiempo más que suficiente para olvidar a un compañero muerto más. Ya van tantos.

La noche va cayendo como si tal cosa. Pero la tierra tiembla en esa noche en particular, en un momento en particular, al norte de Iowa. Una columna inmensa de vehículos de guerra de la Corporación avanza de forma siniestra. Llenos de soldados, llenos de armas, incluso hay un par de camiones llenos de girazombis controlados por ultra frecuencias que solo la Corporación posee. En el vehiculo de cabeza, un semi-oruga enorme el coronel Antón Henninger contempla la noche con ojos inescrutables. Mientras, la capitana del Escuadrón de Combate Alpha, Celine Delpy, contempla la cara del general Xavier a través de una pantalla.
- Entonces, querida, ¿la información que su espía le ha propiciado es fiable?
- Completamente mi general –al menos eso espero, piensa.
- Perfecto, querida. Ha cumplido usted perfectamente, como siempre. No es que lo dudáramos ni un segundo –a través de la pantalla, los ojos del general parecen aun más azules-. Un momento querida, no corte la comunicación, hay alguien que quiere decirle unas palabras.
El general se retira y en su lugar aparece un hombre que Celine nunca ha visto en persona, pero cuyo rostro conoce de sobra, un rostro angulado que asusta y que no deja lugar a dudas del peligro que se agolpa detrás de esos ojos.
- ¿Capitana Delpy?
- Sí, mi Líder, a sus ordenes.
- Vamos, vamos, querida muchacha, solo soy un hombre. No hace falta tanta formalidad. Capitana Delpy.
-¿Sí, Lider?
-Espero que entienda lo importante de esta misión y lo que nos jugamos. Aun somos débiles, sobrevivir al holocausto del mundo tiene un precio y aunque controlemos a los girasoles y sus vástagos, nuestras fuerzas son escasas. Un fracaso en esta misión nos dejaría mermados. Así que, ¿confiamos en el éxito de la misión, verdad?
- Por supuesto, Lider.
-Perfecto, seria terrible tener que lamentar un error.
La voz de Líder le deja claro a Celine que sobre todo lo iba a lamentar ella. La comunicación se corta y la joven traga saliva. El coronel le mira de forma extraña, casi sonriendo.
- ¿Nerviosa? –dice con su acento alemán.
-En absoluto -responde ella, esperando que su espía aprecie lo suficiente su pellejo como para haberle dado la localización correcta del campamento de los Irreductibles de Helen.

Los rayos de sol se cuelan por la tienda de campaña y despiertan a Helen. Le Duele todo el cuerpo, pero eso no es raro después de una batalla. William le salta encima del pecho y lanza un leve maullido, como diciendo que ya es hora de ponerse en marcha. Como le gustaría poder despertarse sin tener que enfrentarse a un mundo en ruinas cada día. Desde fuera de la tienda le llega una voz de hombre.
- ¿Estás visible?
- Sí Raplhy, pasa.
Ralphy es su hombre de confianza y segundo al mando. Es un hombre pequeño, pero rudo y duro como un tocón, con unos brazos extrañamente largos que dan la sensación de poder asfixiar a un oso.
-Traigo café.
-Perfecto, Ralphy, eres un sol.
William se roza contra la pierna del hombre, que le acaricia mientras le alcanza una taza humeante a la joven.
-¿Cuándo estaremos listos para partir?
- Más o menos en unas tres horas jefa, ¿a dónde iremos, al norte por fin?
-Ya hemos hablado de eso. Aun no somos fuertes para enfrentarnos a la Corporación, tenemos que hacernos más fuertes, más grandes. Iremos al oeste.
-Como mandes. Tú eres la jefa.
-No seas condescendiente conmigo –dice Helen con evidente tono de complicidad.
Un estruendo. Gritos. Otro estruendo. Más gritos. Los primeros disparos y el caos que llega en visita inesperada de mañana. Helen y Ralphy salen fuera de la tienda y apenas pueden reaccionar ante lo que ven. Explosiones, sus hombres corriendo sin dirección alguna y decenas de soldados de la Corporación avanzando casi sin resistencia. En ese momento los portones de dos enormes camiones se abren y aun sin fin de girazombis salen del interior entre chillidos de locura.
-¿Cómo nos han encontrado, Helen, cómo?
-Eso no importa, Ralphy. Escúchame, tienes que irte.
-¿Qué, no pienso huir de la batalla?
-No te pido que huyas, lo que te pido es que corras a la ciudad. Coge un caballo antes de que te vean y ve a la ciudad, avísales. Si nos han encontrado sabrán de dónde venimos y sabrán que la ciudad esta ahí. Luego irán a por ellos. Ralph, tienes que avisarles.
Es evidente que Ralphy tienes serios problemas para cumplir las órdenes de su jefa, pero al final, con lágrimas cayéndole de los ojos, se da la vuelta y sale corriendo.
Helen entra la tienda, esconde William en su trasportin, se viste, coge las pistolas y se lanza al infierno.
Pero el infierno no dura mucho, apenas una hora, y todos los esfuerzos de la joven son inútiles. Los soldados salen de todas partes, tienen armamento pesado y están bien entrenados. Corre montada en Nashville de un lado a otro, disparando, aplastando, dando órdenes. Pero sus hombres están siendo diezmados y nos puede hacer nada para evitarlo. Lo sabe, la batalla está perdida. Es eso lo que piensa cuando un fogonazo y una ola de calor derriban a su yegua.
Cuando despierta, ve a Nashville destrozada a su lado. Le duele todo pero no parece estar herida de gravedad. Se levanta, aun aturdida por el golpe y la explosión. Tarda un poco en darse cuenta, pero el silencio ha sustituido al ruido de la batalla. Solo se oyen gritos esporádicos, algún disparo aislado y nada más. Está rodeada por soldados corporativos que le apuntan con sus armas. Uno de ellos, un hombre rubio, se adelanta unos pasos. Helen ya no tiene sus pistolas, así que desenfunda su gran cuchillo de combate.
- Suelta el cuchillo, muchacha. Ríndete –le dice con mucha calma el hombre, con un leve acento alemán.
Helen ni siquiera contesta. Se pone en guardia con el cuchillo en la mano. Los soldados cargan sus armas.
-¡Alto! Esa perra es mía, llevo demasiado tiempo buscándola –de entre los soldados sale una mujer alta, con los ojos muy claros y el pelo corto y pelirrojo-. Hola, me llamo Celine delpy.
-¡Me importa un mierda como te llames, puta! Ven aquí si llevas tanto tiempo buscándome.
-Es lo que pienso hacer. Te voy a arrastrar por todo el país por haberme hecho perseguir tu flácido culo de un lado a otro.
-¿Flácido mi culo? A ver como se queda el tuyo cuando te lo patee.
Se lanza contra la mujer. El cuchillo centellea al sol de la mañana. Pero su oponente es rápida, esquiva el golpe y lanza una patada que Helen para con el antebrazo. Otro tajo al aire, pero Celine ya no esta ahí. Ha girado sobre si misma y le golpea en la espalda. Helen tropieza pero no cae. Es rápida, muy rápida, y ella está cansada, muy cansada y dolorida.
- ¿Quee pasa, nena? –Dice Celine en tono burlón- ¿Es que nunca te has enfrentado a un rival de verdad?
Helen chilla de rabia y le lanza una ristra de ataques que Celine va esquivando con dificultad, hasta que uno le alcanza en el brazo y la sangre empieza a manar de un pequeño corte. Lo demás es tan rápido que Helen no tiene tiempo ni de asimilarlo. Los ojos de Celine brillan de rabia como ascuas verdes. Dos golpes y el cuchillo sale disparado de su mano. Otro golpe y todo se vuelve negro.

lunes, 26 de julio de 2010

La invasión de los girasoles mutantes.

Episodio 8: Siempre hay más preguntas que respuestas.
- ¿Quiénes sois? Se me está acabando la paciencia –El Doctor demuestra su falta de paciencia pisando el brazo herido del soldado, que lleva diez minutos repitiendo lo mismo, su nombre y su graduación, Capitán Ezequiel Carp, del octavo regimiento de rastreadores del ejército de la corporación.
Walker sabe que si el tipo no da alguna contestación que convenza a su camarada, pronto les pedirá que salgan de la habitación para quedarse a solas con él.
- Amigo –interviene-, aquí todo se reduce a cuanto dolor quieres sufrir antes de morir.
- ¡Capitán Ezequiel Carp, del octavo regimiento de rastreadores de la Corporación!
- ¿Qué coño es eso de la corporación? –pregunta Martin.
-No sois nada. Ni siquiera sabéis lo que es la Corporación. Vivís como alimañas y debéis ser erradicados como tales. La corporación lo es todo, es el pasado el presente y el futuro. La visión del Líder y de su Santidad hará de este mundo un lugar mejor.
- Deberías echar un vistazo al tu alrededor, amigo. No hay forma de hacer de este estercolero un mundo mejor –le responde Walker.
- No sabéis nada, ignorantes. Yo he fallado, pero otros os purificarán
-Si no sabemos nada, ¡es porque tú no quieres decirnos nada! –Spawlding refirma su aseveración con un nuevo pisotón en el brazo del hombre, que vuelve a chillar entre dolores y a gritar su nombre y graduación.
-No creo que nos diga nada, Doc.
-Lo sé, Bridge.
-¿Entonces por qué le sigues torturando?
Spawlding gira la cabeza y mira a Bridge con una mirada que le atraviesa el corazón directamente y que le convence inmediatamente de no interponerse entre el prisionero y el Doctor.
- Chicos –interviene Johnnie-, será mejor que esperemos en el autobús. Este sitio ya no es seguro debemos irnos, ya está anocheciendo.
- Recojamos toda la munición y armas de estos tipos.
- Buena idea, Martin.
Cuando sus compañeros han salido de la sala. Spawlding se queda mirando muy fijamente a su prisionero, que por primera vez, sí muestra algo de miedo en sus ojos. Como si lo que tuviera delante, ahora que el resto de ojos se había retirado, fuera un monstruo y no un hombre.
- Bien, chico ¿Lees la Biblia? –Dice apuntando al hombre con el arma-. Porque he memorizado un pasaje que… no, es broma, es Johnnie el que se sabe esa parte. Adiós.
El sonido del arma es bastante trivial. Nada del otro mundo, solo una vida más que se acaba y mil preguntas que arden en la cabeza del Doctor. El Líder, su Santidad, la Corporación. ¿Qué es todo eso? Pensaba que estaban atravesando un infierno, un desierto, y ahora se encuentran con hombres armados y perfectamente organizados.
De cualquier manera, los cadáveres no hablan, ya no tiene nada más que hacer ahí, es hora de largarse.
-Has hecho lo correcto. Ese hombre podría poner a alguien sobre vuestra pista –dice una voz a su espalda. Es una voz que reconoce, aunque la cabeza está a punto de estallarle. Algo no encaja, esa voz no pude estar ahí, porque solo la ha oído una vez, y ha sido en sueños-. No hijo mío, esto no es un sueño. Ya te lo dije la otra vez, esto es muy real.
Spawlding se da la vuelta aunque sabe lo que va a ver. Es el mismo hombre de su sueño, el que siempre tiene la cara en sombras, y detrás de él su corte de hombres hermosos de ojos negros. Su primera reacción es echar mano de la espada.
-Eso no será necesario, no somos una amenaza. Ya te lo dije, estamos de tu parte. De vuestra parte.
- ¿Qué coño está pasando aquí? Me da igual lo qué seáis, nadie juega conmigo.
-  Lo sé, hijo, lo sé. Por eso te he elegido a ti.  Por tu fuerza, tu valor, y sobre todo por el dolor intenso que te devora por dentro, ese dolor que no te deja respirar cada noche. Ese dolor que te convierte en una criatura poderosa, porque no tienes nada que perder.
- ¿Qué sabes tú de mi dolor?
- Más de lo que te puedo explicar en este momento, muchacho. Yo también fui despreciado, igual que todos mis hijos. Vivimos cada día con el doloroso recuerdo de aquello que perdimos. Tienes que ser fuerte. Sé que lo serás, todo está a punto de comenzar y esta gente que habéis vencido hoy solo será el principio.
-Pareces saber mucho, ¿por qué no me cuentas todo lo que sabes de una vez y dejas de jugar a las adivinanzas? Yo no soy ningún peón.
-Todos somos piezas en el tablero de la infinidad, pero tú desde luego, en este juego serás más que un peón. Ahora debes partir junto a tus camaradas.
Un segundo después ni el hombre del rostro indescifrable ni sus acólitos están ahí. El Doctor piensa que ese día se lleva la palma de días raros en un calendario lleno de días raros. Sea como fuere, ahora lo más que quiere son respuestas, y alguien debe tenerlas.

Las estancias de su Santidad, el Papa Silvio Panterini, están bastante alejadas de la suntuosidad de las antiguas dependencias que ocupaban los hombres de su posición. Pero poco se salvó en el mundo de la destrucción de los Girasoles. Además, teniendo en cuenta el ambicioso proyecto que la Iglesia y la Corporación se habían propuesto, nada menos que construir un nuevo mundo, era aconsejable que todos sus líderes se alojaran en El Dorado, la ciudad secreta construida por la Corporación en un valle cerca de la frontera con Canadá. De todas maneras, el Líder de la Corporación, Jeremmiah Kiskembraun, un hombre delgado, de rasgos afilados, con una bigotito que imitaba al de Hitler y un curioso peinado con una corta melena de flequillo recto que enmarcaba dos ojillos marrones como ascuas, muy vivos y con aire de bastante peligro, tenia que reconocer que su Santidad había decorado con gusto sus habitaciones. Cuadros, libros, y muebles de rica factura que sus agentes han ido reuniendo entre las ruinas del mundo. Cuando llega al salón, el sacerdote está sentado bebiendo una copa de vino.
-Jeremmiah, mi querido amigo, pasa, pasa y siéntate, déjame que te sirva una copa –el Papa es un hombre muy corpulento, cercano a los cien kilos, con unos anchos hombros que dan la sensación de poder aguantar el peso el mundo. Tiene una larga barba y una larga melena de tonos pelirrojos. Se levanta y saca del mueble bar una botella de un whisky que el Líder sabe que debe ser de una excelente calidad. Cuando lo prueba se da cuenta de que no se ha equivocado, un licor excelente.
- Delicioso, Silvio. Tu gusto es primoroso, como siempre.
- La verdad es que lo tengo solo para ti. Yo jamás bebo whisky, soy más de vino, me parece más devoto.
-Siempre un hombre de convicciones, Silvio. Admirable.
-Ya me conoces, viejo amigo.
-Bueno, ¿qué era es tan importante que tenias que decirme?
El rostro del sacerdote se ensombrece y parece que los nervios se le juegan una mala pasada al sujetar la copa de vino, que tiembla en sus manos.
- Verás. Estoy preocupado. Últimamente mi sueño ha sido turbado por visones extrañas. No sabría decirte por qué, pero creo que nuestra empresa está amenazada, debemos tener cuidado.
-¿A qué te refieres, Silvio?
-No lo sé a ciencia cierta. En plena noche vienen a mí sueños turbadores, no consigo darles forma. Dos hombres, uno con ojos de acero y otro con un enorme fuego ardiendo en su interior. Y más cosas.
-¿Qué clase de cosas?
-No lo sé, Jeremmiah, una oscuridad que nunca había sentido que acompaña a esos dos hombres, sobre todo al de ojos de acero.
-¿Crees que hay fuerzas oscuras que amenazan nuestra empresa? ¿De verdad crees que debemos preocuparnos por eso?
-Igual que Dios y las fuerzas de la luz están de nuestro lado, no es desdeñable pensar que la oscuridad tratara hacer fracasar nuestra sagrada empresa.
En ese momento, el Líder de la Corporación piensa que él no cree en Dios, por muy preciada que sea la ayuda que la Iglesia ha prestado al Proyecto Depuración. Por supuesto no puede decirle eso a su Santidad, así que tendrá que jugar con hábil mano derecha aquellas cartas.  
- Sería un necio si desoyera los consejos y temores de un hombre de tu sabiduría y espiritualidad, Silvio. Pondremos todos nuestros ojos y oídos a ver si hay alguna noticia de esos dos hombres para eliminarlos antes de que sean una verdadera amenaza. En cuanto a la oscuridad, eso me temo que debo dejártelo a ti, amigo mío, el mundo espiritual no esta dentro de mi alcance.
- El éxito de nuestro plan esta hace ya tiempo en mis plegarias, hijo mío. Pero por si no fuera suficiente, también he puesto a trabajar a una de mis mejores agentes. Es una mujer con multitud de armas y sabrá buscar información donde quizás nosotros no la viéramos.
En ese momento, de una puerta al fondo, aparecen dos chicas jóvenes en ropa interior que cruzan la sala y entran en el dormitorio. Su santidad sonríe con malicia al Líder.
-Ahora, si me disculpas, viejo amigo. Un hombre de mi espiritualidad tiene que liberar sus demonios para poder presentarse con el alma limpia ante Dios.
-Por supuesto, su Santidad, por supuesto.

sábado, 24 de julio de 2010

La invasión de los girasoles mutantes.

Episodio 7: Sueños en celuloide en Even Falls.
En las calles destrozadas de la ciudad de Even Falls, reina un caos de coches quemados y fachadas caídas. Atraviesan un silencio sepulcral que solo rompen los gritos esporádicos de algunos girazombis que se lanzan contra Betsy. Pero esos gritos duran poco, el sonido de un disparo los va callando, desde una de las ventanillas, el Doctor los abate con un viejo Springfield con mira telescópica.
- Es increíble que sigas usando esa antigualla –le dice Johnnie Walker mientras conduce el viejo autobús por las calles desastradas.
Mientas dispara, va diciendo cortas oraciones que acompañan cada tiro; Dios es mi baluarte, mi fortaleza y mi castillo. Nada temo, pues el es mi escudo, ¡bang! En su camino no hay trabas y mi fe es mi mapa, ¡bang!
-No sabía que eras religioso, Doc –dice Martin.
-¿Religioso este maldito mal nacido? -Ríe Johnnie-. Está imitando a un personaje de una peli vieja, Salvar al soldado Ryan.
-No la he visto -dice Bridge-. No he visto mucho cine clásico.
Spawlding sigue con su retahíla y sus disparos. Va de una ventana a otra. Las ciudades no son seguras, están llenas de recovecos y no sabes cuantos bastardos te están esperando detrás de cada muro, así que la quieren atravesar cuanto antes. No han podido rodearla, porque los campos que la circundan estaban llenos de girasoles y es mejor vérselas con sus vástagos que con las plantas mutantes. El plan es encontrar un sitio seguro donde esconderse y esperar a la noche para salir cuando los girasoles duerman. Lo que esta por ver es cuantos lugares seguros quedan en la ciudad.
Él es el azote de los injustos y yo su puño de hierro, ¡bang!
-Johnnie –dice Spawlding, sin dejar de mirar por la mira telescópica del rifle.
-¿Sí, Doc?
-Creo que ya sé donde vamos a esperar a que anochezca.

El viejo edificio del cine Casablanca está a oscuras. Han sellado las puertas y las salidas de emergencia. Han puesto en marcha el viejo generador de emergencia que alimentan los paneles solares que, desde la ley del senador Mcallan del 64, todos los edificios del país deben tener en el techo. Bendita conciencia medioambiental de mediados de siglo. Ni un solo girazombi en el edificio. Están solos, bajo las luces titilantes y cansadas de los pasillos y las salas, caminado entres las butacas sobre las que hace bastante que ningún espectador se ha sentado. El Doctor se deja caer sobre una de las butacas, con una sonrisa de clara añoranza.
-Por todos los demonios del infierno. Esta es una de las cosas que mas añoro –dice.
-Al oírte hablar así podría uno pensar que hubo una vez que en la que fuiste una persona normal, que iba al cine y todas esas cosas -dice Bridge, sentándose a su lado.
-Paleto, todos nacemos hombres antes de volvernos lobos.
-Ya, y creo que algunos nunca dejaremos de ser corderos.
-No te lamentes porque toda esta mierda no haya podido quitarte tu humanidad. Llegará un día en que quizás te alegres de conservarla.
-Puede ser.


Walker camina por los pasillos del almacén del cine. Un sótano lúgubre repleto de estanterías metálicas llenas de rollos de películas. Miles, millones de imágenes olvidadas, de frases muertas, de besos perdidos, de amores quemados en los fuegos que consumen el mundo. El cine ha muerto, la literatura ha muerto, el arte solo es un susurro en el devenir del mundo. Johnnie piensa en la tristeza de ese mundo, su mundo, el que tiene que vivir día a día. El mundo en el que todo lo que queda del alma de la humanidad son las canciones tristes cantadas a media voz por peregrinos que solo luchan por un día mas. Viaja con la vista de un título a otro. Algunos le suenan, otros no, e incluso algunos se contaban entre sus películas favoritas. Cuando el mundo era un lugar donde vivir y se podían tener películas favoritas y todas esas cosas. Coge unas cuantas para leer los títulos, y no puede evitar una sonrisa cuando reconoce algunos como 300, Sin City o incluso Terminador 2, el juicio final. El jodido juicio final, tiene gracia, piensa, tiene toda la maldita gracia. Entonces coge una lata. Una de las mil que hay apiladas en las estanterías de metal. Ese titulo, de entre todos los títulos ese precisamente. La película en cuestión cuenta con dos rollos más. Los coge, los aprieta contra el pecho y sale corriendo.

Johnnie y Spawlding se miran con una sonrisa de absoluta complicidad, mientras las imágenes empiezan a llenar la sucia tela de la vieja pantalla, y el sonido desatasca los altavoces caídos en desuso. Cuando Walker ha aparecido con las tres bobinas de película, el Doctor solo ha sonreído con malicia y ha dicho, ese viejo proyector tiene que volver a funcionar. Ahora están ahí sentados, en una sala de cine sumida en penumbras y los sonidos de una vieja película de finales del siglo pasado recorre la estancia como un viejo hechizo. Bridge y Martin están sentados en la fila de atrás.
- ¿Te lo puedes creer, viejo amigo? –pregunta Walker.
- Demonios, no, parece un maldito sueño.
En la pantalla se puede leer A band apart production y tras una corta escena en la que una pareja debate sobre como atracar el restaurante en el que están comiendo, la pantalla se funde a negro y una música de guitarra y trompeta lo llena todo. Hasta que aparece el titulo de la película, Pulp fiction. Una de las películas favoritas de los dos compañeros, una película que ninguno de los dos ha visto en años, pero de la cual tienen grabado cada parte de dialogo en la cabeza y suelen recitar escenas y frases, entre risas, en las largas horas de carretera y soledad. Y allí están, viendo una película como dos amigos cualquiera, en un día cualquiera, como si la oscuridad del cine les protegiera de todo el infierno que les espera fuera.
La película sigue avanzando y ninguno de los dos aparta la mirada de la pantalla, mientras no paran de mover los labios repitiendo con voz sorda los diálogos de los personajes.
Pero el hechizo se rompe por un momento, el primer rollo ha acabado y hay que ir a cambiarlo.
-Ya voy yo –dice Spawlding.
Se levanta y se acerca hacia la salida de la sala. Todo sigue en penumbra y la luz se cuela por la puerta a medio abrir. Pero algo, de pronto, tapa esa luz, una silueta humana. La reacción de Spawlding es casi instantánea, se echa la mano a la cintura pero ha dejado a Tadeusz en el asiento, junto a Johnnie. Segunda opción, la pistola que lleva en el cinto, pero cuando la va a coger las luces se encienden y puede ver que están rodeados por cinco hombres armados que les están apuntando con fusiles de asalto.
Johnnie reacciona y se levanta con la Desert Eagle en la mano, apuntando a unos de los hombres. La respuesta es el ruido de las armas al cargarse.
- Les recomiendo caballeros –dice el hombre que está en la puerta-, que reconsideren sus opciones y tiren sus armas.
- Yo te recomiendo que reconsideres las tuyas y me beses mi sagrado culo –dice Spawlding-. Si solo quisieran hablar no nos estarían apuntando, Johnnie.
-Completamente de acuerdo, Doc. La pregunta es, ¿cuántos la queréis palmar hoy?
-Chicos, chicos, escuchémosles –es Martin el que habla, con las manos levantadas- veamos que quieren. ¿Qué coño haces Bridge?
Bridge se ha levantado con la escopeta en las manos, apuntando al tipo de la puerta.
-Nivelar nuestras opciones.
Spawlding desenfunda y apunta a otro de los soldados. Walker ha levantado la otra pistola y apunta a un soldado con cada una.
-¿Quiénes sois? No te lo preguntaré más, ¿quién cojones sois? –Pregunta el Doctor-. A mi nadie me apunta con un arma si un buen motivo, chico, y aun si lo tiene, más vale que sea más rápido que yo.
-¿Cómo te atreves a hablar así a un Capitán de la Corporación? Deponed vuestras armas de inmediato y disponeros a ser detenidos. No sois más que gentuza, carroñeros.
Walker sabe que no hace falta más. Conoce a su amigo de sobra y sabe que el infierno esta a punto de desencadenarse, unos segundos y se verá de que lado cae la moneda esta vez.
- ¿Tienes a alguno, Johnnie?
-A dos, te dejo tus tres y tus cinco, Doc.
- ¿Tienes a ese mamón, Bridge?
- Lo tengo, Doctor.
-¿Seguro, paleto, no me volaras a mi la cabeza?
-Seguro, maldita sea.
-Bien –dice Spawlding, con una asombrosa calma en su voz- pues a bailar.
El capitán de los extraños soldados se da cuenta de lo que está a punto de pasar e intenta dar la orden de fuego, pero no es tan rápido. Un segundo y cuatro disparos y cuatro soldados que caen al suelo muertos, antes incluso de que lleguen a plantearse disparar. Bridge tarda más en reaccionar y el capitán está a punto de desenfundar su pistola, pero el fogonazo finalmente sale de la escopeta. Se lleva parte de la pared, parte de la puerta y parte del brazo del tipo, que cae al suelo entre chillidos de dolor.
Spawlding se queda mirando a Bridge, que no sabe si su compañero le va disparar también a él.
-Bien hecho, Bridge –dice finalmente Spawlding. Que se acerca al hombre herido mientras Walker comprueba que los demás están muertos-. Ahora, muchacho, tú y yo vamos a tener unas palabras. Y espero que hoy tengas un día comunicativo.

lunes, 19 de julio de 2010

La invasión de los girasoles mutantes

Episodio 6: Movimientos en el tablero.
Es una mujer joven, alta, muy atractiva, con el pelo corto y rojo y unos ojos verdes de un color muy intenso. Camina por un pasillo iluminado por luz artificial junto a un hombre un poco mas bajo que ella, rubio, con el pelo muy corto y casi rapado.
-¿Sabes por que el general quiere verme? -pregunta la mujer al hombre, pero este se limita a hacer un leve gesto con la cabeza y encogerse de hombros.
-Veo -continúa la mujer- que su legendario don de palabra, Coronel Anton, es totalmente cierto.
-Las palabras son un bien escaso -dice el hombre, con un leve acento alemán.
Siguen caminando por el pasillo en absoluto silencio, con lo que el sonido de los pasos y de los halógenos al fallar levemente son, en opinión de la mujer, incómodamente perceptibles. Pero ya le ha quedado claro que cualquier intento de entablar conversación con su compañero es inútil. Un leve pitido sale del bolsillo del coronel Anton y este saca un viejo teléfono móvil y se pone a teclear en él. Ventajas de que la Corporación controle los pocos satélites que quedan en órbita.
Al fin llegan al despacho y centro de operaciones del General. La puerta se abre. Es una amplia sala llena de escritorios, ordenadores, archivadores. Pero está vacía. Es tarde, solo el General trabaja, nunca descansa. Está sentado de espaldas a la puerta, detrás de su escritorio, vigilando algo en la infinidad de monitores que hay en la gran pared.
-Gracias, Coronel, la dama y yo hablaremos en privado -su tono es de lo mas educado y correcto.
El coronel levanta el brazo derecho a la manera nazi y se retira sin decir nada.
La mujer entra y la puerta se cierra detrás de ella.
- Un hombre de lo más eficiente, el Coronel Henninger, sin duda, aunque no muy sociable -dice el general aun sin darse la vuelta.
-Ya me he dado cuenta, mi general ¿Quería usted verme?
-Mi querida señorita, claro que quería verla. Es usted la mejor cazadora que tenemos, su escuadra es la más efectiva, y sus rendimientos están por encima de cualquier sospecha.
- Gracias, señor, es un honor...
- Sin embargo -interrumpe el General, dándose la vuelta- sigue sin encontrar a los lideres del principal elemento de la resistencia, esos ¿como se llaman?
-Los irreductibles de Helen, señor, así se hacen llamar.
El General es un hombre joven, atractivo, rubio, de pelo corto, ojos azules, de un azul frío e intenso, y la sonrisa más terrorífica que la mujer ha visto nunca.
-¡Eso es! Los irreductibles de Helen, esa panda de harapientos. Ayer acabaron con varias docenas de girazombis y un campo entero de girasoles.
-Lo sé señor, cerca de Iowa.
- Por supuesto que lo sabe, querida, lo que yo quiero saber es si hay alguna razón por la cual esa panda de rufianes siguen siendo un impedimento para nuestros planes.
- Están bien organizados, señor. Son muchos y nómadas, no tienen un sitio fijo. Se mueven a caballo, así que los satélites no pueden detectar el calor de sus vehículos. Pero tengo una buena red de espías por las pocas subciudades que tenemos localizadas, por eso aun no han sido destruidas, en cuanto pasen por una de ellas, seremos informados y podremos seguirles la pista.
- Bueno, eso no suena tan mal, querida, esperemos que el próximo balance de resultados sea más satisfactorio. La Purificación final esta cerca, querida, pronto nuestra sagrada misión se habrá llevado a cabo y un nuevo mundo renacerá, pero para eso tenemos que pulgar a los parásitos que aun sobreviven sobre nuestro amado planeta, hija. Su santidad se impacienta y el líder también, debemos darles resultados.
- Pondré todos mis esfuerzos en ello, mi General, puede estar seguro.
-Lo estoy, querida, lo estoy. Nos veremos pronto, puede retirarse.
-Sí, señor, gracias, señor.
La mujer comienza a darse la vuelta, cuando a su espalda oye otra vez la voz del General.
- Mi querida muchacha, no se olvide de que, aunque mi paciencia es infinita, no ocurre lo mismo con el Líder y con su Santidad.
-No lo olvidare, General Xavier.
-Estoy seguro de ello, querida. Puede retirarse, Celine.
Mientras recorre el pasillo de vuelta Celine no es capaz de esconder su agitación, no sabe si será capaz de obtener resultados tan deprisa como sus lideres le reclaman, ya que, entre otras cosas, la red de espías que le ha mencionado a su General es en verdad un único espía, espera que la suerte no le de lado.

Es de noche y los girasoles duermen. Han aparcado a Betsy junto a una vieja área de servicio, en la que, además de combustible, han encontrado también bastante agua, víveres y un puñado de girazombis que han pasado a mejor vida. Walker contempla la luna y cuenta las pocas que le quedan para acercarse un poco más a Helen. ¿Y luego qué? La verdad es que no había querido pensar en eso demasiado, pero la distancia se iba reduciendo y debía hacerlo, ¿seria el final de su vida de vagabundo, se quedaría con Helen en algún lugar esperando a que el fin del mundo no les encontrara? ¿Y el Doctor, se quedaría con ellos? Él no tiene hogar, él no es de ningún sitio. No, ese viejo lobo seguiría hasta encontrar él mismo el fin del mundo. Llegado ese momento, ¿seria capaz de abandonar a su mejor amigo, a su compañero de viaje, al hombre que tantas veces le había salvado la vida? Demasiadas preguntas de difícil respuesta para una sola noche. Pero no le quedaban muchas más. El Doctor se acercó y le tiró una cerveza, estaba fría, el sonido de la lata al abrirse le sobrecogió el corazón, hacía como dos semanas que se les habían acabado las cervezas.
-Joder, Doctor, con una cerveza fría en la mano y una noche tranquila como esta, casi parece que el mundo no se está yendo a la mierda.
- Amén, hermano. Estamos más cerca, y sé lo que te preocupa.
- Ah, ¿sí?
- Joder, sí, sois como un libro abierto para mí. Pero debes dejar de preocuparte. Tú tienes tu búsqueda y yo la mía, ese era el trato, cuando todo acabe, tendremos tiempo de sobra para tomarnos mil cervezas en algún rincón olvidado de este viejo mundo.
- Demonios, amigo, a veces me pones los pelos de punta.
-Ya sabes, intuición, nada más.
-Hey, Doc. Esa búsqueda tuya
-¿Sí?
-Es Celine, ¿verdad?
El Doctor solo sonríe, acaba su cerveza, y se pierde en la oscuridad.

viernes, 9 de julio de 2010

La invasión de los girasoles mutantes
Episodio 5: Zarrapastro.
Desde la puerta del autobús, Spawlding ve el monstruo, una aberración de más de cinco metros de difícil calificación. Johnnie y los otros queman munición desde unas rocas que hay a la derecha de la carretera, pero parece que la lluvia de fuego solo sirve para mantener alejado al monstruo y enfurecerlo, pues su cuerpo parece estar rodeado de una especie de armadura natural. Bueno, piensa, solo hay una forma de averiguar como de dura es la armadura de esa maldita cosa. Tadeusz le pesa más que nunca en la mano, más de que de costumbre, el hombro empieza a dolerle, aquella vieja lesión, pero no hay tiempo para nada de eso, solo puede pensar en el monstruo, en la pata de más de tres metros que tiene delante y en si el acero de Tadeusz será capaz de morder bien fuerte en la carne de aquel bastardo enorme. La espada se clava, con un sonido hueco y bastante desagradable, pero luego no hay forma de sacarla. El Doctor maldice, se ha quedado encajada en la dura piel de aquel bicho, no puede sacarla y ahora, el monstruo, le mira en entre curioso y terriblemente cabreado, como si mirara a un mosquito pesado que acaba de picarle.
-Perdona, viejo -dice Spawlding riéndose- ¿te importa devolverme mi espada, para que pueda joderte a base de bien ese culo duro que tienes?´
La respuesta del monstruo, de cara sospechosamente parecida a la de un perro, es bastante rápida, una patada certera y el Doctor está volando por los aires en dirección a donde están parapetados sus compañeros.
Cae con dureza, levantando el polvo del desierto.
- ¿Qué diablos es eso, Walker? –pregunta en cuanto puede enderezarse un poco.
- Yo he oído historias -dice Bridge-. Hay una leyenda que habla de un monstruo que pulula por el mundo en estos días, es una mezcla de perro y armadillo que la radiación que llevan consigo los girasoles ha hecho crecer como una casa. Los viajeros le llaman Zarrapastro. Creo que lo tenemos delante.
Walker y Martin siguen descargando balas sobre el monstruo, que grita como si empezara a perder la paciencia y aquel juego ya le estuviera aburriendo.
- Está bien, está bien –Johnnie intenta pensar por encima del estruendo de los disparos-, vale, pero como se mata al Zarraloquesea éste.
-Pues como puedes comprobar –interviene Martin-, nadie lo ha conseguido, su cuerpo es duro como una roca, las balas apenas le hacen nada.
-Sí, eso es…-Bridge empieza a hablar pero en ese momento la escopeta se le cae.
Todo parece que sucede a cámara lenta, el arma cayendo, Bridge intentando cogerla, la escopeta que golpea contra el suelo, la escopeta que se dispara, la carga que pasa rozando la cabeza del Doctor y que se acaba estrellando unos metros más allá, dando de refilón en la cabeza del monstruo, que se toca furioso con una de las patas delanteras. Eso le ha dolido.
Walker y Spawlding hablan al mismo tiempo, mirándose fijamente.
-¡La cabeza es vulnerable! –y entonces vuelven a hablar una vez más al mismo tiempo- ¡El Barrel!
- Vale Doc, hay que ir hasta el autobús, y yo soy más rápido.
- No te digo que no, muchacho, pero yo soy mejor tirador, además –añade con una sonrisa-, es cierto, tu eres mas rápido, serás un mejor señuelo que yo, jajaja!!
Y diciendo eso se encamina hacia el autobús. Maldito carbón, piensa Johnnie entre risas, mientras sale de su escondite corriendo en dirección opuesta al autobús, gritando y disparando al aire. Hay unas rocas más adelante, si consigue llegar estará a salvo y le dará el tiempo necesario al Doctor.
El Barrel pesa, pero para Spawlding es un peso reconfortante, busca en el cajón de las municiones y coge un cargador del 12.70, lo encaja, un sonido celestial, apoya el trípode en el suelo de Betsy y mira por mira telescópica.
El monstruo lo llena todo. No quiere oír, no quiere pensar en Johnnie y los otros, solo un disparo es la diferencia entre la vida y la muerte, que ironía. Es como si el gatillo pesara una tonelada, un esfuerzo sobrehumano moverlo, así que hay que hacerlo bien, justo en el momento. El viento, los disparos, los rugidos, ¿cómo puede moverse tanto ese condenado bicho con lo grande que es? Ahí está, la cabeza, es ese segundo, el segundo cuando todo se paraliza, el gatillo ahora pesa menos, el retroceso le golpea con fuerza en el hombro. Un chorro de sangre surge de la cabeza del monstruo, que se queda quieto, muy quieto, y callado, muy callado. Luego se desploma sin apenas hacer ruido.
Los otros tres salen de sus escondites chillando, vitoreando, acercándose corriendo al autobús. El Doctor Spawlding guarda el Barrel y saca una botella de Jack Danyels, que va pasando a los otros según van entrando.
- Buen disparo, camarada –le dice Johnnie cogiendo la botella y dando un buen trago.
Spawlding asiente sonriente y le alarga la botella a Bridge, diciendo:
- Ya hablaremos tú y yo de por qué casi me matas hoy.
Luego sale del autobús, se acerca hasta el monstruo y mira el enorme cadáver con respeto. Al fin y al cabo era solo un pobre diablo más, un hijo de aquellos días de horror, como él mismo, como Walker, como todos. Pero lo que si ha sido es un magnifico rival, de eso no hay duda. Le hace una reverencia con la cabeza y con todas las fuerzas que le quedan, utilizando el pie como apoyo, saca la espada de la pata del animal muerto. Al menos, camarada, piensa, tu sangre es roja, eso es bastante por aquí en estos tiempos.