miércoles, 16 de septiembre de 2015

La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.

Episodio 8. Invítame a un trago y que se pare el mundo.


Sorbinus camina por caminos sinuosos. Escondidos. Irreales, entre la piel del mundo, la realidad, las moléculas y la información. Sorbinus camina por la trastienda del maldito bosson de Higgs. Desde que despertó, desde que puso en marcha su cruzada, la cruzada para la que fue concebido, la que es su razón de existir está buscando algo por esos recovecos de la existencia, oscuros hasta para los retorcidos caminos de la fe. Busca un rastro genético, una pista antediluviana de vida, una conciencia disuelta en las capas de la historia y aniquilada por el oleaje del tiempo. Pero lo que es, es. No puede ser destruido. Así que Sorbinus no se va a rendir. El destino del universo depende de ello. La suprema creación despertará. Y con ella la suprema destrucción que dará paso a un lugar mejor, menos indigno, poblado solo por los elegidos. Titanes y dioses merecedores de la creación. La suprema tecnología que transciende la magia y que barrera todo lo impuro del mundo. El absoluto poder.
Solo necesita una linea. Un pensamiento perdido en algún hueco de la inexistencia. Y se sonríe, porque sabe que sin lo que tiene el hombre Harry Street en la cabeza no sirve de nada lo que se está empeñando en encontrar. Pero necesita saber que está ahí. Por eso sonríe, por que tanto esfuerzo en encontrar ese leve hálito de grandeza está muy cerca de parecerse a un acto de fe.

Estás sentados en la terraza de una cantina con aire y música del viejo México. Celine bebe una cerveza de aspecto un tanto extraño y Peter mira el cielo. Aun el cielo de Tucson. Maldice seguir en aquella ciudad cuando hay tanto por hacer. Sabe que Nimrod ya no está en las cercanías, estará peinando el desierto con sus secuaces, buscando a Bridge y a los otros. Tienen que encontrarlos antes que él y la impaciencia le supera. Como una respuesta a sus pensamientos un agudo dolor en el costado le recuerda que no está ni mucho menos en condiciones de entablar un nuevo combate con esa bestia. Pero eso no calma la impaciencia. Aupuedesí le ayuda a entender que dos días de reposo quizás no le vengan del todo mal. Esa es una de las razones por la que siguen anclados en aquella ciudad. La otra es que él y Caroline habían previsto una cacería fácil y no tienen armas adecuadas para enfrentase a esos putos monstruos. A Peter le basta con Tadeusz, pero necesitan más artillería, artillería criminal y de última generación que no está muy seguro de que puedan encontrar con tampoco tiempo, aunque Celine asegura que tiene un contacto con un señor de la guerra que hace sus pinitos como traficante de armas en el Yermo. Y eso es lo que hacen en aquella terraza mientras el sonido de un corrido se escapa de las luces mortecinas del interior como necesitando tomar el aire. Esperan al contacto del tal Isaac. Celine bebe la cerveza en sorbos pequeños y las estrellas y las luces de la ciudad beben de sus ojos. Y la punzada que siente en el estómago Peter es vieja, muy vieja, vieja como muchas canciones. Celine le mira de reojo y le sonríe. Deja de mirarme así o voy a pensar que me estás tirando los trastos. Peter solo bufa. Tiene casi seguro de que aquella maldita arpía puede hacer brillar sus ojos a voluntad y en ese momento parecen dos neones que alumbran la ciudad. Está apunto de levantarse e irse de la mesa porque el torbellino de furia, odio y otras cosas que prefiere no planterase o reconocer, empieza a hacer estragos en su ya de por si no demasiado fuerte auto control. Pero alguien llega a la mesa y Celine se levanta con una enorme sonrisa y abraza al recién llegado. Es un negro de ojos azules, alto y fuerte, que viste de una manera quizás demasiado elegante para aquel suburbio inmundo.
-La maldita Celine Delpy-dice el tipo-. Apenas puceerlorlo cuando me dijeron que querías hablar conmigo. Pensaba que te habrían matado como cien veces distintas.
- Créeme que lo han intentado, Joseph -dice y no disimula la mirada de soslayo con la que atraviesa a Peter-. Pero ya me conoces.
-Sí, no hay manera de cazarte, ¿eh? En ningún aspecto. ¿Y quién es tu amigo el malhumorado?
-Peter, este es Joseph, un viejo amigo.
-¿Qué tal, amigo? -El tipo le extiende una mano grande y firme y extrañamente demasiado amigable.
Peter solo le mira directamente a los ojos y no hace el menor gesto por devolver el saludo. El tipo solo sonríe y vuelve a centrar su atención en Celine, cogiéndole la mano. Y en ese momento Peter empieza a sentir algo en el estómago que ya no recuerda lo que es, pero si que le resulta vagamente familiar.
-Bueno, nena, ¿qué puedo hacer por ti?
-Fácil, guapo, armas. Necesitamos armas, muchas, grandes. Queremos ver al Señor Isaac.
-Eso no es fácil, Celine.
-Lo sé. Por eso estoy hablando contigo.
El tipo sonríe y mira a Celine durante un par de segundos muy elocuentes.
-Hagamos una cosa. Déjame invitarte a una copa y hablamos del tema. Y de los viejos tiempos.
Celine sonríe con malicia. Peter, cariño, le dice, ¿puedes esperarme en el hotel?, yo me encargo a partir de aquí. ¿Cariño? ¿Acaba de llamarle cariño? Si no fuera por la punzada de dolor en el costado algo hubiera estallado ahí, en ese mismo momento. Pero se aferra con todas sus fuerzas a lo que sea que le quede dentro de raciocinio. Se levanta y se va, hundido entre los neones de los clubs y la tormenta de country y música mexicana que se escapa de las puertas a medio cerrar.

Un cementerio de caravanas. Una ironía despiadada y despedazada, esparcida en medio del desierto. Tanta movilidad, tantos planes, tantos viajes reposando allí, en esa duermevela trágica, cruel, injusta.
Angelo mira el desierto desde el techo de uno de los viejos vehículos que descansan como bestias aletargadas. La verdad es que Laura y Celine no podían haber elegido mejor escondite. En el fondo él se siente como uno de esos cascarones, vacío, con la posibilidad de moverse pero sin la capacidad de llegar a ningún sitio. Ha interrogado a Laura pero ella no sabe nada acerca de lo que dijo Celine sobre que él no era el verdadero Líder. Era un consuelo, pero al menos eso hubiera sido una respuesta. Oye pasos a su espalda y ve a Harry encaramándose al techo de la caravana. Se pone automáticamente en guardia y sin darse cuenta está calibrando los posibles ataques que pueda lanzarle Harry y como contrarrestarlos. No sabe de donde le nacen esos reflejos pero le pasa a menudo. Pero no hay ataque, solo una mano que le tiende una cerveza. Está fría, aunque la acepta con algo de recelo. Harry se sienta a su lado.
-Estamos todos en esto, ¿no? Y parece que hay bastantes pruebas de que no eres un monstruo genocida.
-Bueno. Por ahora tengo las mismas en contra que a favor. Pero como no tengo la más remota idea de quién soy, voy a elegir la que me salga de los huevos. ¿Te parece?
-Correcto.
Beben un trago y esa cerveza, por un instante, un momento que los dos saben de sobra que es irreal, les sabe a libertad, a como debería saber una cerveza.
La verdad es que allí perdidos en medio de esa incongruencia existencial del cementerio de caravanas,  uno podría llegar a pensar que el mundo no es un infierno, que no les persigue un bandada de monstruos, que todo aquello que hace del ser humano un ser humano no hace siglos que se fue al garete. Allí una cerveza compartida por dos hombres, por un breve segundo, podría incluso parecer solo eso, una cerveza.
Por eso, cuando Bridge les da una voz para que bajen, para decidir cuál va a ser el siguiente paso en aquel juego demencial, los dos hacen una mueca de fastidio. Dos hombres perdidos dentro de sus cabezas, perdidos en una identidad desconocida, dos hombres que deben coger las riendas de una situación que devora el vacío de sus existencias.
Celine y Peter no han aparecido. Nadie quiere decir las palabras. Los que le conocen bien han visto al bastardo de Peter volver de la muerte demasiadas veces. Pero todos recuerdan la aterradora presencia del monstruo que engullo el callejón y la realidad y la tarde como si no fuera a haber un mañana. Nadie quiere decir la palabra muertos. Pero nadie puede quitársela de la cabeza. Lo peor es que decirla o no da igual, deben seguir adelante. Y deben convencer a Caroline, que se enfurruña de brazos cruzados, con los enormes ojos azules llorosos, y cerrada en banda a admitir que su jefe ha muerto.
Johny trastea con la guitarra, sin tocar ninguna canción en concreto. Le duele la cabeza porque la noche anterior el bourbon digamos que le ha jugado una mala pasada. Bridge se siente cansado, abatido. Se siente hasta demasiado viejo para toda esa mierda. Pero como nota la mirada penetrante de Laura clavada en él, seve en la obligación de fingir que está al cien por cien, en guardia, listo para la batalla. Y es en ese preciso instante cuando le entran ganas de preguntarle al mundo entero, a cualquier dios o quién cojones sea, por qué en el nombre de todos los santos, tiene la sensación de que está al mando de ese grupo tan dispar.
-Debemos seguir el plan que teníamos Celine y yo -dice Laura-. Hay un tipo, vive en medio del desierto. Hemos oído historias de que sabe cosas. Muchas cosas. Sobre todo cosas de antes de la guerra.
-Por fin algo empieza a tener sentido. Harry también ha oído hablar de ese tipo -dice Bridge.
-Sí -interviene Johny con una sonrisa de lo más divertida-. Nos dirigíamos a verle. Podríais habernos preguntado en lugar de encañonarnos -y se ríe divertido.
- Me da igual cual sea el maldito plan -interviene Caroline con los ojos llorosos-. Sé lo que pensáis. Pero Peter no está muerto. No es tan fácil acabar con él. Le esperaremos. Y no se hable más.
Bridge sabe que la pelirroja no va a dar su brazo a torcer. Teme que la situación se vuelva a descontrolar y provoque un nuevo enfrentamiento entre todos esos locos peligrosos e inestables. Toma partido y admite que un día de descanso no les vendrá mal a ninguno.
- Pero luego deberemos ponernos en marcha, Caroline. No dudo que Peter y Celine estén vivos. Pero no sabemos si podrán llegar a nosotros ahora mismo. Quizás ese monstruo les sigue.
-Bridge tiene razón -interviene Johny-. No me cabe duda de que esos dos bastardos sabrán encontrarnos.
Caroline sólo bufa y desvía la mirada para que no vean las leves lágrimas que se le escapan y hacen brillar aún más sus ojos azules. Todos toman su reacción como un sí y respiran aliviados.
Bridge empieza a caminar sin saber muy bien que hacer con sus horas de descanso, perdido en medio del cementerio, en medio de aquel desierto. La voz de Laura le llega desde atrás como un torrente inesperado, aunque su corazón se acelera y empieza a dudar. Cuando se da la vuelta se pregunta como hace aquella chica para tener siempre los labios tan rojos. Eres todo un líder, ¿eh?. No sabe que contestar y las palabras empiezan a correr como locas, como una manada en estampida. ¿Por qué no te tomas una cerveza conmigo? Dice ella, encontrando las palabras por él, cosa que Bridge agradece enormemente.

La noche no se abre como un agujero negro que se lo trague a él, que se lo trague todo. Todo sigue exactamente en su sitio, las luces, la música, los carteristas, los yonkis
Lo que más le jode es que empieza a no tener ninguna duda de por qué se siente tan abatido esa noche. Aun rumia la imagen de Celine sonriendo a aquel tipo. Y no puede creer que sienta celos. El barman le pone otro trago delante que no ha pedido y cuando se lo hace saber el tipo solo señala al final de la barra. Alguien le hace un gesto con la mano y Peter devuelve el saludo. Es una chica cuyo rostro queda parcialmente envuelto en sombras bajo la capucha de la blusa color verde militar que lleva. Peter le hace un gesto para que se siente con él y la joven misteriosa, después de asentir con la cabeza, cruza la barra. Peter puede atisbar un cuerpo esbelto y unas piernas largas que ayudan a que la chica sea igual de alta que él. Cuando se sienta a su lado, la joven se echa la capucha hacia atrás. Lleva el pelo rubio largo y rapado en el lado derecho y un septum en la nariz da aun más fiereza a un rostro de belleza salvaje. Todo en ella, incluidos los tatuajes de su brazo derecho, hacen pensar a Peter que se trata de una guerrera, alguien peligroso, así que se pone en guardia y se obliga a que esos ojos del color casi del oro no le desatraigan.
- Gracias por el trago ¿a qué debo el honor, preciosa?
-¿No puedo invitar a un tipo guapo? Me gustan tus ojos.
-Y a mi los tuyos. Pero no es el tipo de bar en el que una chica tan guapa invite a un tipo con mis pintas.
La chica le sonríe como si le atravesara. Y abre mucho los ojos.
- ¿Siempre eres tan desconfiado?
- No me queda otra con la vida que llevo.
La chica levanta el trago que ha traído con ella y los dos beben después de brindar. Entrecortádamente por los efectos del licor, la chica añade.
-Supongo que no debe de ser fácil ser Peter Connors, el líder de los Nephilim Oscuros.
Peter reacciona al instante y coge del cuello a la rubia. Pero inmediátamente después nota la punta de un cuchillo en el estómago. Y durante un segundo piensa que empieza a convertirse en costumbre dejarse apuñalar por mujeres hermosas. Debe cambiar de aficiones.
-No soy tu enemiga, Peter. Y es absurdo descubrir si puedes romperme el cuello antes de que yo te agujereé.
Peter suelta la presión sobre la blanca garganta de la extraña y el cuchillo vuelve a su funda.
-No sé quién eres ni qué quieres, pero aléjate de mi. Gracias por el trago.
-Solo pensaba que podríamos pasar la noche juntos.
-No estoy de humor, nena.
Cuando va saliendo por la puerta escucha que la chica le dice, me llamo Thrud. A lo que Peter suelta un sonoro, me importa una mierda, aunque no se para a ver si ella lo ha oído o no.

Empieza a atardecer. El Desierto es un lugar hermoso y aquel sitio, todas aquellas caravanas muertas, se desborda con una belleza extraña e inusitada. Johny ha visto a Bridge escabullirse con esa morenita juguetona, Laura. Se sonríe para si mismo porque se alegra enormemente por su amigo. Esta sentado en una amaca en la puerta de una de las caravanas que Celine y Laura utilizan como casa y cuartel general. Las han movido de manera que han creado un cuadrado amplio que sirve como plaza a su hogar, al cual solo se puede acceder por una pequeña salida que han dejado hacia el norte. Pero esa pequeña plaza se pierde a la vista del extraño entre el laberinto de esqueletos antaño móviles. La verdad es que viendo algunas de esas bestias enormes, Johny piensa que quizás hubiera sido mucho mejor idea haber convertido una de esas en su hogar rodante durante los años de vagabundeo. Toca una vieja canción. Hace mucho que no la toca. Una vieja canción para una chica que se fue hace mucho por el sumidero de calles y barro que es la vida. O quizás, le da por pensar en ese momento, sea para una chica que aun no ha llegado. Para el caso es lo mismo. Caroline está sentada junto a él. Y sin mirarle, jugueteando con su trenza mortal, le suelta, bonita canción, aunque lo hace con el mismo tono frío de siempre, cortante, así que Johny no tiene muy claro si es un halago o no. Le hace un gesto con la petaca llena de bourbon. ¿Un trago? Caroline le mira fijamente, se levanta y se sienta a su lado. Tengo que reprogramar mis nanomáquinas, si no no puedo emborracharme. Que putada, admite Johny. Caroline coge la petaca y da un buen trago. Sigue tocando, dice, y a Johny le parece por un segundo que el dragón de su espalda se echa a dormir.

Peter está mirando por la ventana y es muy tarde cuando oye la puerta detrás de él. Siente que se le encoje el estómago. Y no sabe por qué. Mentira. No quiere saber por qué. Hola, cielo, dice Céline a su espalda.
Peter se da la vuelta y la fulmina con la mirada, solo un segundo, porque sabe que cualquier signo de debilidad es un arma en manos de esa mujer. Pero es tarde. Ve como la diablesa sonríe.
-Estoy un poco borracha, me temo.
-Me importa una mierda
Peter se afana en trastear con sus cosas tratando de aparentar, en un gesto algo desesperado, que tiene un montón de cosas de las que ocuparse como para preocuparse por lo que alguien a quien odia haga o deje de hacer. Pero siente el cuerpo de Celine detrás de él, casi caliente, como una amenaza, como un torbellino, como una sombra apunto de convertirse en una marea torrencial y arrasar con todo. Celine le coge del brazo y le gira. Sus rostros, sus ojos y lo que es peor, sus bocas, están a unos centímetros. Centímetros que se tensan y parecen estar a punto de estallar en mil pedazos.
- Estás celoso -Celine le atraviesa con la mirada y con las palabras. Pero sobre todo es la sonrisa de esos labios tan rojos lo que le duele más que las dos puñaladas-. Aún me amas.
Cataclismo. El tiempo hecho añicos. Los silencios son fieras psicópatas que arañan el miedo. El corazón tirado al vacío, inservible. Pero el estómago se hincha de coraje y escupe unas palabras en las que lleva atada el alma.
- Ni siquiera te odio. Ya ni te quiero ni te odio. No siento nada por ti. Y eso es lo que hace tan jodidamente triste mi vida. Es una lástima vivir sin sentir nada por alguien como tú.
Y pasa a su lado, sin mirarla. Pero ella le coge del brazo le gira y le abofetea. El golpe le hace tambalearse. No es la bofetada de una niña caprichosa. Es la bofetada de una guerrera. Siente el sabor de la sangre en la boca. Y un segundo después ella le besa, como una fiera, el beso de una pantera. Le muerde el labio y se le queda mirando con rabia y lujuria. Peter sabe que resistirse sería ruin, deshonesto y, sobre todo, terriblemente triste. Le devuelve el beso y ella le empuja contra la cama. Él se prepara para la batalla.