lunes, 25 de mayo de 2015

La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto voz de Dios.

 Episodio 1. La trastienda de los héores.

Hay una tienda de antigüedades. Está en una pequeña ciudad junto al lago Michigan. No importa demasiado que cuidad es. De hecho, la tienda en si tampoco importa demasiado. ¿Antigüedades? En un mundo aun en ruinas todo es viejo. No hay nada que preservar, más bien lo que hay que hacer es reconstruir. Así que esta tienda dice mucho del tipo que la abrió. Para empezar, que no tiene demasiado olfato para los negocios. Pero más en el fondo, lo que esta tienda dice es que es un soñador, un romántico, un tipo que respira hondo todas las noches cuando echa el cierre y vuelve a su casa , con la mirada perdida en el lago, añorando un tiempo mejor, un mundo sin guerra, sin violencia, sin mutantes, sin una plaga que lo arrasara y lo convirtiera en el infierno estéril que es ahora. Ahí está. Cierra la puerta y mira el reflejo pagado que produce en el cristal. Se lleva las manos al pelo. Debería raparme piensa. Luego se mira de perfil. Yo creo que he adelgazado, se dice. Baja el cierre metálico y echa a andar. Lleva en la mano un maletín grande y piensa qué va a cenar esta noche. No le queda demasiado. Los víveres han tenido problemas para llegar a la ciudad esta semana, los malditos saqueadores mutantes han atacado las tres últimas caravanas. Pero alguna pizza queda en el congelador. O lo que en ese mundo cruel llaman pizza. La pizza engorda. Pero que coño. Un día es un día. No hay demasiada gente por las calles a pesar de que hace buena temperatura y hay bastantes estrellas en el cielo. No hay demasiados lujos hoy día en este mundo, así que decide caminar sin prisa y disfrutar un poco de la noche. Al fin y al cabo nadie le espera en casa. ¿Debería comprarse un perro? Desecha la idea al momento. Pobre perro. Sigue caminando, respira hondo. No pensar en la soledad, en su desastrosa encomia, en el futuro. Vamos, no pensar. Solo las estrellas, el lago lejano, una pizza, una cerveza. Estoy vivo, se dice, joder, claro que sí. Actitud. Esa es la palabra. Aunque cuando la dice tiene que hacer un soberano esfuerzo para no escuchar a esa molesta voz que desde algún rincón de su cabeza, aun amordazada, trata de gritar, ¡actitud por los cojones! La maleta le pesa. En ese momento recuerda lo que lleva dentro. Sigue sin tener muy claro por que demonios ha cogido ese objeto en cuestión de la tienda. Llaveaba años criando polvo en el almacén y hoy, al bajar a buscar un disco compacto para un cliente, lo ha visto. Antes de cerrar ha abajado, lo ha limpiado y lo ha guardado en la maleta. Y sí, aun no sabe por qué.

Forma parte de otra vida, de un pasado enterrado hace ya años. Supone que en algún momento habrá pensado en colgar el objeto en cuestión de la pared de su casa. Pero la verdad es que si le trae algún recuerdo es de horror, de violentas de pesadilla rugientes en medio de la noche.

Como le pesa demasiado decide tomar un atajo. No le gusta la idea, porque meterse por los callejones que acortan su camino a casa en lugar de seguir por as avenidas principales puede ser peligroso. Yonkis, ladrones, psicópatas, de todo eso hay por las calles de las ciudades de hoy en día. Pero ya está metido en uno de esos callejones. Y cuando las sombras empiezan a envolverle, de inmediato, tiene esa desagradable sensación de que ha sido un mala idea.





Sabe que no va a escapar. Sumido en las sombras de los callejones de esa ciudad de mala muerte tiene de pronto consciencia de el miso. Soy Harry Street. Y voy a morir. Lo sabe. Entorna los ojos azules para escudriñar la oscuridad. La herida del abdomen cada vez sangra y duele más. Esta más blanco que de costumbre. Así que cuando siente unos pasos siniestros detrás de él, sabe que es absurdo que gaste energías tratando de huir. Se gira y puede ver a los cuatro encapuchados. Bajo las túnicas y las capuchas solo pueden verse unos ojos amarillos que dan escalofríos. Uno de ellos habla, pero Harry no es capaz de discernir cuál es. Es como si la voz saliera indistintamente y aleatoriamente de los cuatro.

-Somos Plaga, Hombre, no hay escapatoria posible. Rinde ya tus esfuerzos. Preferimos llevarte ante él vivo, pero no es estrictamente necesario.

-¿Por qué me seguís? Qué coño queréis de mi, yo no soy nadie. -le duele mucho la herida y cada palabra le ha costado un mundo. Pero la desesperación por al menos tratar de entender que diablos está pasando es angustiosa. Lleva ya demasiados kilómetros acuestas huyendo y tratando de esconderse de aquellos cabrones espeluznantes.

-No corresponde a Plaga darte respuestas, Hombre.

Harry echa la mano a la pistola que lleva en el cinturón, pero sabe que es un gesto estéril, no le queda ni una maldita bala, esta vez va a ser una pelea muy corta.

-Esto... hola, ¿va todo bien por aquí?

Detrás de los encapuchados ha aparecido un tipo con un maletín. Lleva el pelo rubio algo despeinado, es corpulento y tiene una mirada azul que parece muy, muy, pero que muy cansada. Los cuatro encapuchados ni le miran para hablarle.

-Somos Plaga, rata, nada aquí es asunto tuyo. Vete y sigue respirando.

-¿Por qué coño habláis tan raro? ¿No podéis robar sin dar el coñazo como hacen todos los ladrones de buena fe que hay por aquí?

Las palabras del tipo del maletín no están ni mucho menos apoyadas por su tono. Más bien parece que se ha arrepentido de decirlas en cuanto han salido de su boca.

Los encapuchados sacan a relucir unos cuchillos de hoja curva cuyo filo Harry ha tenido la desgracia de probar en sus carnes. Se giran para enfrentar al recién llegado. Harry, que en primer momento pensó que venía la caballería, ahora entiende apesadumbrado que el hombre no tiene la menor posibilidad ante aquellos cuatro cabrones siniestros.

Luego todo es muy rápido. El tipo saca una vieja escopeta de dos cañones recortados de la bolsa de cuero y le vuela la cabeza a las dos primeros enemigos. Así , sin más, sin tarjeta de presentación y sin regalarles unas flores o algo antes. Aquel tipo con pinta de oficinista jubilado se mueve con firmeza, con seguridad, como si matar bastardos encapuchados fuera su maldito negocio. El problema es que la antigualla de arma que lleva ya no tiene más munición y esquiva los cuchillos de los dos cabrones que quedan con vida como puede, utilizando la escopeta para pararlos. Pero esos tíos son giles, muy ágiles, mucho más que el pobre diablo que, como Harry no haga algo, va a acompañarle al otro barrio en menos de lo que tardas en decir tarta de cerezas. Ignora el dolor y coge uno de los cuchillos de los caídos y lo clava en la espalda del encapuchado que tiene más a mano. Ni lo ve venir y da tiempo suficiente a que su recién reclutado aliado le estampe en la cara la culata de la escopeta al que aun quedaba en pie, que se desploma redondo en el suelo. Harry también cae de rodillas, ya no puede más. Su salvador le ayuda a levantarse, no sin antes guardar la escopeta en el maletín.

-Venga, salgamos de aquí, estos cabrones me da a mi que no venían solos.

-Gracias – es todo lo que acierta a decir Harry. Le cuesta hablar-. Me llamo Harry, Harry Street, por cierto.

-Yo me llamo Bridge.

En ese momento, Bridge le pisa, le zancadillea sin querer y Harry cae pesadamente al suelo del callejón en medio de un dolor atroz.

-¡Ahí va!- dice Bridge-. Ten cuidado muchacho, debes mirar por donde vas.





La casa de Bridge es un pequeño cuchitril adosado a un viejo hangar de aviación. Por eso la compró. Bueno el precio bastante bajo también ayudó. Solo tiene una habitación, un pequeño cuarto de baño y un dormitorio, en el que ha dejado dormir al tal Harry. Le ha vendado la herida lo mejor que ha podido, pero nunca ha sido demasiado habilidoso dando puntos. Le va a quedar una fea cicatriz. Mientras prepara una cafetera piensa todas estas cosas anodinas para no desmayarse y chillarse a sí mismo por haber hecho la locura de haberse metido en todo aquel embrollo. Pero, ¿qué se suponer que debería haber hecho? ¿Dejar que aquellos cuatro rufianes despacharan al pobre tipo? No podría haber hecho eso. Tampoco es que tuviera una vida tan plena y satisfactoria en todos los sentidos que fuera una tragedia trastocarla. Además. La adrenalina, el aplastar a aquellos malnacidos. No podía negar que había estado bien. Se había sentido, cómo decirlo, vivo. Había estado bien dejar que el viejo. Bridge saliera a pasear y repartir leña por un rato. Pero no, eso había sido todo. En cuanto el tal Harry tenga fuerzas saldrá de su vida y el podrá seguir disfrutando de su apacible existencia. Las peleas a muerte son cosa del pasado.

Harry sale de la habitación. Ha perdido mucha sangre y está bastante pálido, aunque Bridge tiene la sensación de que aunque le dejaran atado en el Valle de la Muerte a las tres de la tarde aquel tipejo no se pondría moreno. Tiene un ojo un poco más cerrado que el otro, lo que le da a a su mirada de un intenso azul, un toque de tristeza que le queda fenomenal con su maltrecho cuerpo.

-¿Café? -pregunta Bridge.

-Dios, sí por favor.

-¿Has conseguido dormir algo?

-Sí. De verdad que no sé como agradecerte todo lo que estás haciendo por mi.

-No hay de que amigo, es lo que haría cualquier buen samaritano -o cualquiera lo bastante estúpido, piensa inmediatamente después, pero no lo dice-. ¿Quiénes eran esos tipos?

-Te juro que no lo sé. Empezaron a perseguirme hace cosa de un año. He estado huyendo desde entonces, pero siempre me encuentran. Se llaman a si mimos Plaga. Quieren llevarme ante alguien, alguien que les manda, pero nunca he sabido por qué. Yo no soy nadie. Por eso voy hacia el sur.

-¿Al sur?.

Bridge, no quiere reconocerlo, pero aquella historia le está intrigando más de lo que se atreve a admitir.

-Si hay rumores, ¿sabes?, de un eremita, un tipo que vive en medio de la nada y que se enfrentó a ellos en el pasado. Quizás él me pueda ayudar, quizás sepa qué quieren de mi.

Brdige ya ha oído demasiado. Sí, todo aquello es intrigante, pero también sale en letras muy gordas en el manual, como joder tu vida en un segundo. El tipo ese tiene que irse de su casa. Él tiene que salir a la calle, abrir su tienda y esperar pacientemente tres o cuatro horas muy tranquilas a que entre el primer cliente. Eso es lo que tiene que hacer.

Y lo que va a hacer.

Cuando se da la vuelta ve que Harry tiene en sus manos un viejo recorte de periódico enmarcado en el que puede verse una foto de él mismo, Johnnie, Helen y el alcalde Connors. El titular del periódico dice un año de la liberación. Hoy entrevistamos a los héroes que acabaron con los Girasoles Mutantes.

-¿Éste eres tú? -Pregunta Harry incrédulo-. Quiero decir ¿tú eres ese Bridge?

-El mismo que viste y calza, amigo.

-¿Y qué te ha pasado? Quiero decir -no acaba la frase pero mira alrededor como diciendo, por qué llevas esta mierda de vida si eres un héroe famoso.

-¿A ti que coño te importa?-dice arrebatándole el recorte de las manos-. Ser un héroe no da de comer.

-Pero tú fuiste el tipo que destruyó a los girasoles. Tú.

-Solo pulsé un maldito botón, vale. No hay que ser ni muy fuerte, ni muy guapo, ni muy listo para pulsar un botón.

Pero tú puedes ayudarme. Eres un tío de acción, un guerrero, contigo si que podré llegar a ver el eremita ese y buscar una forma de que esos tíos me dejen en paz.

-¡Ah, no! De eso ni hablar. Yo soy anticuario, entiendes, anticuario. No soy ni un guerrero, ni un soldado, ni un maldito héroe, ni siquiera me gustan las pelis de acción. Así que, ya puedes coger tus bártulos y ponerte en camino al desierto o a dónde coño quieras ir, pero a mi me dejas en paz, que precisamente hoy tengo un montón de cosas que hacer.

-¿Ah, sí? ¿Cómo cuáles?

-¿Todavía sigues aquí?

-Vale, Vale. Ya me voy. Pensaba que los héroes se nacen, no se hacen.

Antes de coger el macuto con sus pocas posesiones, Harry mira la foto del periódico y dice un, has engordado, por cierto, que solo recibe como respuesta un bufido de Bridge. Añade un gracias por todo y sale por la puerta.

Una gran tranquilidad inunda la casa otra vez. Solo un mal sueño. Ha estado cerca pero se ha mantenido firme y ha conseguido recuperar su vida, todo eso que ha construido con esfuerzo. Ha merecido la pena. Sin duda alguna.



Harry oye una voz a su espalda y cuando se gira ve a Bridge haciéndole señas para que se detenga. Cuando llega junto a él esta sudando y le cuesta hablar.

-¿Tienes algún medio de transporte? ¿Cómo piensas llegar al desierto?

-No lo había pensado, la verdad.

-¿Sabes lo que hay ahí fuera, chico? Mutantes, saqueadores, asesinos, monstruos. Y tú quieres hacer esa burrada de kilómetros desarmado y a pie.

Harry no contesta. Está claro que su plan no es muy elaborado, pero algo tiene que hacer. De todas maneras no puede quedarse demasiado tiempo quieto en un sitio. Plaga volvería a encontrarle seguro, siempre es lo mismo.

-Ven conmigo, anda -dice Bridge-. Tengo justo lo que necesitas.

Harry sigue a Brdige hasta el hangar destartalado que está adosado a la casa del antiguo héroe de la guerra de los girasoles. Dentro no hay nada, excepto ratas y una mole tapada con una lona gris. Bridge se acerca y coge la lona con una inmensa sonrisa de satisfacción en el rostro. Luego empieza tirar hasta que la retira completamente.

-¿Qué te parece, eh? -dice absolutamente entusiasmado.

Delante de él Harry tiene un desvencijado y vetusto autobús escolar cuya pintura amarilla empieza a desconcharse a pasos agigantados.

-Te presento a la auténtica Betsy, Harry.

Lo único que Harry acierta a decir es, pero qué es todo ese montón de chatarra.