lunes, 27 de julio de 2015

La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.

Espisodio 7. Alianzas desesperadas.

Un ventilador. Nada. Bueno, si la oscuridad es nada. Otra vez la imagen borrosa del ventilador, aunque puede que hayan pasado horas desde el último fotograma de la máquina. Máquina que no hace demasiado por evitar el calor. Dolor. Mucho dolor. Oscuridad. O nada, no sé. Otra vez el ventilador. Alguien le pone un trapo mojado en la frente. Sigue mirando el ventilador. Sigue, “mirando” la oscuridad. El dolor sigue ahí. Es un dolor general, una totalidad de dolor. Oscuridad. El ventilador. La voz, que dice, descansa.
  
Corred, joder, corred. La voz de Harry Street se pierde entre la de sus compañeros, los elegidos y los forzosos. También se pierde entre la maraña de los gritos de Plaga y los disparos. Recorren callejones infectos de Tucson a una velocidad absurda. Laura y Celine han gritado seguidnos y lideran la marcha mientras que Johnny y Caroline la cierran, puesto que, junto a las dos cazarrecompensas, son los mejores tiradores del grupo. A Bridge empieza a faltarle el aliento y se fija en que el cabrón de Angelo parece correr sin pestañear, como si el hijo de perra escuálido pudiera correr durante horas sin inmutarse. Ahora si que le cae mal. ¿Nunca se acaban los callejones en ese maldito infierno en medio del desierto? ¿Es qué los fabrican aposta?¿Para qué coño quieren tantos? 
  
El ventilador hace un ruido extraño. No funciona bien. Le pone de los nervios. Es un martirio tener que pasar los pocos minutos de consciencia pendiente de ese aparato que se mueve sospechósamente sobre su eje y amenaza con caerse encima de la cama en cualquier momento. El dolor. El ventilador. La oscuridad. No recuerda muy bien qué coño ha pasado. Siente los efectos de algún narcótico. El dolor. Otra vez la voz. Tranquilo, no intentes levantarte, aun estás débil. Se ríe a carcajadas. Definitívamente tiene que estar colocado. Jura, puede jurar, que conoce de sobras esa voz.



Corre. Se lo dice a sí misma con una voz que no ha escuchado nunca. Al menos que no ha escuchado en un buen puñado de años. Quizás, desde que era una joven alocada e inconsciente que soñaba con devorar cada centímetro del mundo. Corre. Atraviesa el gentío que huye del combate en dirección opuesta a la que corre ella. Le cuesta mucho avanzar entre la multitud y lo de que los pies se le queden atrapados en la capa de barro cada vez más espesa en la que se está convirtiendo el suelo de Tucson no ayuda. Corre tanto como puede y los pulmones le queman. Pero sigue corriendo. Cuando llega a su moto, el alivio que siente es indescriptible.




El Leviatán es rápido. Mucho más rápido que él. Es más fuerte. Es algo con lo que no se ha enfrentado nunca. Nunca ha visto nada parecido a eso. Después de unos pocos segundos de combate, Peter entiende que va a morir. Ahora ya solo le preocupa cuanto va a aguantar. Esquiva un puñetazo que se estrella en la pared, corta el brazo del monstruo pero del costado sale otro de inmediato que le golpea en el pecho y le lanza por los aires. En los segundos que dura el vuelo, solo puede pensar en no soltar la espada. En eso y lo que va a doler la caída. Y no se equivoca.






Caroline les apunta a todos. Laura les ha guiado por el alcantarillado de la ciudad como si conociera de memoria la red de túneles. Están en una habitación húmeda y maloliente, mal iluminada, pero al menos parece que Plaga no ha podido seguirles. Pero la paciencia de Caroline, más o menos y igual de grande que la sombra de un gusano, ha llegado a su fin. Apunta a todos con dos armas y la trenza con su punta mortal incita a que cualquiera haga una tontería. Dice sin palabras, adelante, alégrame el día.

-Se acabó -dice-. Tú te vienes conmigo y a los demás os quiero fuera de mi vista en cinco segundos.

Está claro que habla en serio y que esta vez si que no va a haber negociación. Pero todos están demasiado asustados por el monstruo que acaban de ver, por los horrores que les persiguen como para reaccionar. Pero Bridge tiene una cosa clara, así que da un paso adelante. Paso que se detiene a la mitad cuando Caroline le apunta a él diréctamente con una de las pistolas.

-Espera -dice con la leve esperanza de que la pelirroja no le vuele la cabeza-. Estamos todos en esto, ¿no lo ves? Hasta tu jefe se ha quedado para darnos tiempo a huir. Te ha dicho que nos saques de allí.

-Ya os he sacado. Ahora me llevo al esmirriado ese y cada uno por su lado.

-Bridge tiene razón, nena. -Interviene Celine-. A mi esto me gusta tan poco como a ti. Pero con esas cosas detrás nuestra cuantos más seamos más posibilidades tenemos de salvar el pellejo.

-Yo seré quien os arranque el pellejo si no me entregáis al tipo ese y os largáis cagando leches.

-Serás estúpida, pelirroja de mierda.

La trenza de Caroline se lanza a por Celine y se para a un centímetro de su cara.

-Si sigues viva ahora mismo es porque tengo la sensación de que el jefe quiere matarte él mismo.

-No estás ayudando mucho, Celine -vuelve a intervenir Bridge-. Mira, ¿Caroline, no? Está claro que todos nos hemos metido en algo más grande y complejo de lo que esperábamos al principio. Pero tienes que darte cuenta de que a esa cosa a la que Peter se ha quedado entreteniendo para que escapemos la manda el mismo que os contrató. Creo que ya no trabajáis para él.

La expresión de Caroline cambia radicalmente. Es obvio que no había pensado en eso hasta ese mismo momento. Resopla y se apoya contra la pared volviendo a enfundar las armas.

-Gracias -le dice Bridge tratando de poner la que considera la mejor y más cordial de todas sus sonrisas-. Ahora mismo, nos guste o no, estamos todos en el mismo bando.

-Que te follen -le responde Caroline apoyándose en la pared y resoplando con evidente disgusto.

Johnny da un paso al frente y pregunta lo que nadie se ha atrevido a preguntar en voz alta. ¿Qué coño vamos a hacer? Luego saca una petaca y pega un buen trago de Bourbon. Mucho mejor. Celine se le acerca. Es tan al tan como él. Le clava los ojos verdes en la parte de atrás del cerebro y le coge la petaca de las manos. Después de un buen trago. Mira a Laura y sonríe con una tristeza que espera que nadie haya visto.

-Llévalos al refugio. Esperad allí. Si no he vuelto en un par de días dirigiros a donde tú y yo pensábamos llevar al tipo este.

Harry intenta preguntarle pero Celine levanta una mano autoritaria y acalla cualquier tipo de pregunta.

-¿Y tú qué vas a hacer? -le pregunta Laura.

-Una idiotez.

Celine sale por la puerta y Laura increpa a todos para que se pongan en marcha. Al pasar al lado de Bridge le palmea el trasero y le dice al oído, vamos ojazos, mueve a tu gente.



Tarde de calor en el desierto amigos. Aunque ya me han llegado las noticias de la terrible tormenta que calló ayer en Tucson. Y las noticias de que una especie de monstruo se puso a repartir ostias a diestro y siniestro. Bueno amigos. Es un mundo extraño este en el que vivimos. Así que aquí está vuestro tío Doggy, en medio del desierto, para poneros una canción que anime un poco el cotarro, joder, sí. ¿Se puede decir joder? Claro que sí, esto es el puto Yermo.

La radio saca a Peter de un sueño muy profundo. Y le hubiera gustado seguir en él. El dolor es intenso. No se atreve a abrir los ojos porque sabe que el mundo no le espera con buenas noticias ni mucho menos. Alguien trastea en la habitación mientras en la radio suena una canción vieja, muy vieja, de los Kiss: Detroit rock city. No está en Detroit, está en Tucson, Arizona. Hace repaso mental de todos sus miembros, aun con los ojos cerrados y parece que puede moverlos todos. Aunque todos le duelen y el dolor en el costado y el pecho es terrible. Quizás algún hueso roto. Alguna costilla seguro. De eso no le salva nadie. Se dice que ya está bien, que tiene que abrir los ojos. Cuando ve a Celine plantada junto a él quiere lanzarse a por ella. Pero una oleada de dolor hace que se lo piense mejor. Celine solo sonríe. Aun estás débil, cariño, le dice. Y antes de que esa furia homicida tuya reviente por los cuatro costados e ignores por completo el dolor. Piensa que si te quisiera matar te hubiera degollado mientras estabas inconsciente. Y si eso no te sirve, recuerda que te he salvado la puta vida, joder.


La silueta de Nimrod se lo come todo. Es como si nada vaya a saciar jamás el hambre de esa criatura. Sabe que está sangrando dentro de la armadura. Pero lo que más le preocupa es el sabor inconfundible de la sangre en la boca. Espera que sea un golpe y no una hemorragia interna. Eso haría que la lucha acabase mucho antes. Esta empapado y siente frío. Los pies se le clavan hasta casi los tobillos en el barro. Y, siendo sinceros, empieza a estar cansado. Incluso nota el peso de Tadeusz tirando de su brazo hacia el suelo embarrado. Se lanza corriendo hacia el enemigo. Cuatro brazos surgidos de la nada le reciben golpeando el barro donde un segundo antes estaba él, que se ha impulsado con las alas en un salto demencial para asestar un golpe demoledor en la cabeza del Leviatan. Pero de nada sirve, Nimrod se divide en dos, o más bien se diluye en dos y le golpea como un torrente negro de un líquido infernal. Sólo que más que líquido es duro como el acero de Tadeusz y el golpe le vuelve a lanzar por los aires. Consigue rehacerse en el aire y lanzar en un segundo una bola de fuego angélico que el ser no se espera. Nimrod grita y cae al suelo como una masa informe que se agita. Peter cae al suelo pesádamente de rodillas. Siente el peso de cada pieza de la armadura de combate. Y justo cuando piensa que su enemigo no es inmune, que se le puede herir, este vuelve a ponerse en pie y le escupe un, ¿esto es todo lo que tienes?, que duele más que los golpes. Y hablando de golpes, el siguiente llega a la velocidad de la luz, como si Nimrod pudiese viajar entre los recovecos de las sombras del callejón. Peter rebota contra una de las paredes y al caer al suelo e intentar levantarse, lo nota. Lo nota y maldice. Nota un zumbido y luego el peso real de la armadura. La fuente de la alimentación se ha dañado y la armadura Multitude ahora no es más que chatarra pesada. Necesita unos segundos para quitársela y sabe de ante mano que no los va a tener. Sobre todo cuando un pie le aplasta el pecho y le hunde en el barro.

Han cruzado las calles sin mirar atrás. Sin pensar si quiera en respirar. Bajo la lluvia incesante que se traga el mundo. Laura les guía, sabe de sobra donde está Betsy, entre otras cosas por que así les encontraron, colocando un localizador mientras jugaban al escondite en los túneles del desierto. Y en medio de ese caos, lo que más le molesta a Bridge, aunque no sabría decir por qué, es que el maldito de Angelo parece poder seguir corriendo como veinte kilómetros más sin pestañear. Ni jadea el muy mamón. Cuando por fin llegan junto al viejo autobús Bridge no lo duda y coge el volante. Yo conduzco. Johnny, Harry, cubridnos si alguien nos sigue. Angelo coge la escopeta de Bridge. Ya es hora de que sume algo al grupo. Se miran los unos a los otros. Johnny se encoge de hombros en un gesto de, ya me la suda todo. Se apostan en las ventanillas y Laura se sienta detrás de Bridge, que se gira y le dice a la chica, tu guías, morena. Y está casi seguro de que su voz ha sonado firme, segura, hasta bastante sexy.

La presión en el esternón es terrible. Sabe que tarde o temprano su pecho se va a partir. Si tan sólo pudiera lanzar una bola de fuego angelical. Una pequeñita podría bastar quizás. Pero el dolor no le deja concentrarse y bate las alas desesperado arriba y abajo, tratando de hacer fuerza para levantarse, pero solo consiguiendo levantar oleadas de barro y agua. La lluvia que le cae torrencialmente en la cara le ahoga y cada vez es menos capaz de pensar. La explosión llega como un nuevo amanecer. En algún lugar del callejón. Suena como una granada y distrae el tiempo suficiente al Leviatán para que afloje por un segundo la presión sobre el pecho de Peter. Un segundo que vale su peso en oro, un segundo que Peter aprovecha para para sacar fuerzas de ninguna parte y soltar una bola de fuego que hace tambalearse a Nimrod entre furiosos gemidos. Ignorando el dolor, Peter rueda sobre si mismo para coger a Tadeusz, aunque se da cuenta de inmediato de que es un gesto absurdo. Está sin fuerzas, le duele todo el cuerpo y la armadura, apagada y muerta, pesa demasiado. Aprieta los dientes y trata de ponerse en pie. Pero no lo consigue y lo único que puede hacer es maldecir porque nota que está perdiendo la consciencia. Es cuestión de segundos. Luego el sonido de una moto enduro. Una silueta recortada bajo la lluvia y bajo los gritos de Nimord que empieza a rehacerse. Se coge a esa mano y sube a la moto pensando que la oscuridad no es tan mala después de todo. 

Celine le mira sentada en una silla. Él esta sentado en la cama con la espalda apoyada en el cabecero. Fuera ya no llueve y el calor hace que los vendajes del pecho estén húmedos. Celine sigue sonriendo, con esa sonrisa torcida de labios rojos. El ventilador parece ir más lento, a menos revoluciones de las que debiera.
Celine juguetea con Tadeusz, pasando la yema del dedo por el filo. Las heridas le duelen menos. El costado le duele menos. Se cura más rápido desde que su naturaleza Nephilin se manifestó. Pero está muy débil. Tan débil que no tiene ni fuerzas de intentar matar a Celine. Así que está muy desconcertado. Y sabe que ella también lo está.
-¿Por qué estoy vivo?
Celine mira a la ventana y se muerde el labio. Luego le vuelve a mirar a él.
-¿Por qué eres muy guapo? Está claro.
Peter enfurece y aunque el dolor amenaza con estallar dentro de él, abre las alas y el negro terrible de sus ojos hace que Celine deje de sonreír. 
-Está bien, está bien -dice la chica-. Antes eras más divertido, joder. Pues porque esto parece grande. Y necesitaremos todas las fuerzas necesarias para llegar al final de este asunto. Te ofrezco una alianza.
-¿Una alianza?
-Sí. Lleguemos juntos al final de esto. Repartámonos lo que haya al final de este viaje. Al fin y al cabo has perdido a tu cliente. 
-Perdona, supongo que son los calmantes, pero ¿me estás pidiendo puta ayuda?
-Es más bien un acuerdo empresarial. No vas a dejar a tus camaradas tirados, así que serías tonto si dejaras de lado un activo con mis capacidades.
-Si, si no fuera por que entre tus capacidades está la de clavarme un cuchillo en las costillas mientras duermo.
-Llevo un dos días cuidando de ti. Podría haberte matado cien veces. Mil veces. 
Peter no responde. Se levanta de la cama y nota el miedo en los ojos de Celine. Solo espera tambalearse menos de lo que su maltrecho cuerpo está dispuesto a aceptar. Se planta delante de Celine y extiende la mano. Celine le devuelve la espada y Peter la mira como si hiciera años que no la ve. Luego la deja en la cama. Y ya no puede más. Un espasmo de tos y nota el sabor de la sangre en la boca. Se vuelve a sentar y Celine se lanza sobre el preguntándole si está bien. Peter le coge con fuerza del brazo y le calva una mirada de fuego y odio y ansia. Le aprieta el brazo pero la chica no se queja, es dura. Muy dura. 
-Si tratas de jugárnosla de alguna manera, dedicaré mi vida a procurarte la peor de las muertes. No tendrás agujero en el mundo en el que esconderte.
Celine solo sonríe y le limpia la sangre de los labios con un dedo.

lunes, 13 de julio de 2015

La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.

 Episodio 6. Gotas de lluvia en el desierto.

A veces todo es tan sencillo. Una simple cerveza. Fría. Una buena canción, de esas, de las antiguas, de las que hacen que las primeras estrellas de ese anochecer en un punto perdido del desierto del Mojave crepiten al ritmo de la melodía. Esa canción es Mayor Tom, David  Bowie. Por eso el tipo que la escucha sonríe y se echa hacia atrás en la mecedora que aguanta su enjuto cuerpo. Algunas gotas de sudor aun perlan su frente. Se pasa la mano por las generosas entradas y limpia las gafas. Lleva una barba de varios meses de la que se siente muy orgulloso, aunque está seguro de que se la afeitará cualquier día de estos. La canción va acabando y se acerca al viejo equipo de radio con el que emite para todo el Yermo. Está demasiado en paz consigo mismo en ese momento, no le apetece hablar, así que solo pincha la siguiente, un cambio, Glycreine, de Bush. Se echa hacia atrás otra vez. La mecedora cruje. Respira hondo. Y de pronto se levanta. Coge una linterna. Lleva días en que algo le inquieta. No acierta a decir bien lo qué es. Pero siempre que se siente así, hace lo mismo. Empieza a ser un pequeño ritual al que no es capaz de encontrarle el sentido. Sale de su vieja caravana plateada y cruza el desierto, tranquilamente. Ha dejado programadas unas cuantas canciones, así que no tiene prisa, no se va a interrumpir la emisión. Eso es importante. A veces, en algunos momentos, una simple canción puede que te salve. Quizás no el pellejo, pero, joder si que puede salvarte el alma. Empieza a refrescar y agradece haber cogido una vieja y raída sudadera verde. El desierto es como un animalillo dormido por la noche. Siempre se lo ha parecido. Las notas que se escapan desde los altavoces de la caravana ya no le llegan y, no sabe bien por qué, pero eso le parece muy triste. El desierto es el desierto, piensa. La sombra del macizo de la sierra está ya muy cerca. Es bastante intimidadora a oscuras, aunque sabe que es solo una montaña. Nada más. No les importamos demasiado a las montañas. Sabe el camino de memoria y pronto está frente a la entrada de la red de cuevas. Las descubrió él, así que debería ponerles su nombre, paro como solo iba a llamarlas él así, tampoco importaba mucho. La historia ya no significa nada. Lo cual es muy triste, sobre todo para él, que es un Guardián de la Historia. El último que queda. Bueno, la verdad, como es un título que se inventó él, es el último y el único. Por eso le fascinan tanto esa cuevas. Hasta donde él sabe son de una civilización aun por catalogar, algunos ancestros perdidos del pueblo Mojave que dio nombre al desierto. Una pena. En el siglo XX él hubiera pasado a la historia por un descubrimiento como aquel.
Bueno. Una vez te mueres ya te da igual si has pasado a la historia o no. Como se sabe el camino ya de memoria, llega ha donde quería llegar, a la sala con pinturas rupestres decorando las paredes. Y se para frente a la misma pintura que se lleva parando los últimos días. Es sencilla. Tres figuras humanas completamente negras. Parecen tres hombres. Dos de de ellos son delgados, algo desgarbados. El del medio es más corpulento y algo más bajito. Sigue sin saber por qué no puede dejar de mirar aquella pintura antediluviana. Y siempre piensa una misma cosa. Sabe que es imposible, pues la pintura tiene varios milenios de antigüedad. Pero juraría que la figura más corpulenta lleva en las manos algo que se parece demasiado a una escopeta.

Nimrod.
La voz de Sorbinus no suena en el aire, no suena en el mundo. Suena en las esferas que se escapan a la tierra y el cielo. Suena en esos mundos que no podemos ver. En esos mundos en los que algunos no podemos ni creer. Suena convertida en unos y ceros a la velocidad de la luz en campos tan yermos de imaginación y carne que nada puede soportar ese frío existencial.
Nimrod.
Sí, mi señor.
Es la hora. Te he ocultado, a ti, el último de tu especie, por que no quería despertar las sospechas de la humanidad demasiado pronto. Pero es la hora.
Lo ansiaba, mi señor.
Lo sé, gran Nimrod, monstruo de monstruos. La asesina nos ha informado. La presa está en una ciudad llamada Tucson. Ve allí. Traeme al hombre llamado Harry Street, no me importa el coste.
La destrucción irá conmigo, mi señor.
Sea pues, hijo mío, sea pues. Llévate a Plaga contigo.
Una puerta blindada de una material desconocido se abre en medio de ninguna parte. Como si un segundo antes no hubiera estado allí. Y una sombra, una inmensa mole de más de tres metros se recorta frente al sol. Hace mucho que el mundo no le ha contemplado. Hace mucho que el mundo no a visto a nada como él. Quizás, incluso, el mundo nunca llegó a verlo y no existió más que en leves leyendas transmitidas de boca a boca por pueblos perdidos en las inmensas e inclementes arenas del tiempo. Todo eso da igual. Ahora está ahí. Lleno de furia. Sus pies hieren la tierra y sus ojos, que van cambiando de color, miran el mundo y solo ven el desierto que puede quedar de él, el desierto que anhelan.
Nimord come destrucción. Se alimenta de calamidad. Caga muerte y rayos devastadores. De su sombra se le levantan siete miembros de Plaga cuyas intenciones homicidas son más que evidentes.
Y un segundo después nos son más que sombras que cruzan la tierra a una velocidad de vértigo, invisibles excepto quizás para algún pájaro espabilado. El mundo se queja. Pero nadie le presta atención.


Os digo que no soy quien decís. Me llamo Angelo. Tenéis que creerme. La voz del pobre diablo se pierde en la habitación de motel barato donde los compañeros se esconden mientras piensan que pueden hacer, mientras valoran sus opciones. Bridge mira por la ventana. No han salido en todo el día más que para comprar unos tacos y burritos rancios de un puesto de la esquina, acompañados por algo que en la mente de algún pobre enfermo podría parecerse a la cerveza, en un buen día. Las calles del centro de Tucson son lo más parecido a un hormiguero nada acogedor y la mañana se fragmenta aquí y allá en multitud de puestos ambulantes de los que se escapan una tormenta sucia de olores y vapores y voces de vendedores. Los club nocturnos están cerrados. Tipos y tipas de dudoso aspecto y peor reputación entran y salen llevando en el corazón negocios oscuros que hacen que el bueno de Bridge se planté, una vez más, que es lo que realmente salvaron. Le pesa mucho el corazón, y los párpados, y el burrito, empieza a pensar, no era la mejor opción, quizás, para un estómago tan maltratado por las emociones.
-¿Sabes cuánta gente murió por tu culpa, bastardo? -Harry le increpa con la boca lena de odio
-Yo no hice nada -sigue la lastimera retaila de Angelo.
Johnny está sentado en una silla frente él, que tirita sobre el borde de la cama, empieza a darse cuenta de que su vida va adquiriendo el valor de una mierda de vaca seca en medio del desierto a las tres de la tarde. Está ahí, y puede que siga estando, pero a nadie le importa un carajo si desaparece.
Johnny no dice nada, pero no enfunda una de sus pistolas, que reposa sobre sus piernas como impaciente, como diciendo, ¿ya me toca?
Han dejado encendida una vieja radio que había en la habitación. Un tipo, uno que debe estar lejos, muy lejos de allí, habla con una voz algo demente que se cuela en la habitación del motel como un sueño de lo más descorazonador. Sí amigos, dice la voz, ese era el tío Frank cantando My way, por que en una noche como esta hay que pensar que el mundo, al menos, es tan grande que nadie puede impedirnos ir a donde queramos. Al menos siempre que tengamos lo cojones y las armas para hacerlo, claro. Ahora vuestro tío, Doggy Pipper os va a  dejar con otro temazo de esos para noches como estas. 
Bridge piensa que la voz del pobre diablo que se tambalea como un flan en la cama mugrienta del motel suena sincera. A esa hora Bridge ya no tiene dudas de que el tipo, cuanto menos, cree lo que dice. Algo le pasó y la mente se le borró. La personalidad del Líder se esfumó y quedó esa, enfermiza y quebradiza por los meses de cautiverio, de un simple operario industrial. Entonces, como suele pasar con las cosas desagradables, un pensamiento le viene a la cabeza. Una ola de honda filosofía pura que le recorre la espina dorsal como un escalofrío.
-Chicos -dice sin saber muy bien dónde se está metiendo-. Creo que dice la verdad. Él ya no recuerda nada de los girasoles y todo ese infierno.
-¿Y qué cambia eso, Bridge? -Pregunta Harry.
-¿No crees que lo cambia todo?
-¿Y qué hacemos? Le perdonamos, le damos una palmadita en la espalda, muy bien hecho muchacho, no pasa nada, pero no vuelvas a ser tan cabroncete -la voz de Harry suena desesperada.
-No sé qué podemos hacer, Harry. Pero te aseguro que este tío, salvo en la puta cara, no se parece en nada al Cabrón del Líder. ¿O no es así, Johnny? -Bridge se agarra a lo que puede.
Johnny está cansado. Le duele la cabeza. Le dura la resaca. No sabe si necesita un trago o una larga, muy larga siesta. Quizás las dos cosas. La Desert Eagle le parece curiósamente pesada en el regazo. Bridge tiene razón. Ese tipo no sé parece en nada al Líder. Y sin embargo, cuanto más le mira, más le parece que es él. Pero lo que Johnny siente de pronto, y justo en ese momento entiende a Bridge y sabe que es lo mismo que le está pasando a su amigo por la cabeza, es que no le apetece ser un asesino, ni un justiciero, ni un ejecutor. Otra vez le está tocando ser el héroe y él no ha pedido ese honor. Sabe que no le va a matar. Sabe, también, que no tiene ni puta idea de que hacer con él. Y cuando la puerta se abre de pronto y dos mujeres les encañonan, sabe que todo es deja de tener importancia. Incluso puede que se sienta un poco aliviado. Y, es curioso, lo que de pronto le parece tener importancia, es el trueno que suena en la calle, que en medio del desierto le parece extraño de cojones.
Celine les mira con una sonrisa torcida que, todos tienen que reconocerlo, le hace estar terriblemente atractiva. Los ojos verdes le brillan y la pistola no le tiembla ni lo más mínimo en la mano. Su compañera, mas baja, con una melena negra salvaje, les encañona con dos pistolas y también sonríe.
-Celine -dice patéticamente Bridge.
-Premio. Tú eras, ¿Bridge? ¿No?
Bridge aprieta los puños y hace un esfuerzo para parecer seguro de sí mismo. Buena memoria, dice, con un tono de voz que espera que suene desafiante, mientras mira de reojo su escopeta que está como a un metro de él, apoyada en la pared. Pero la compañera Celine no es tonta.
-Ni se te ocurra, ojazos -le dice. Luego pasa por encima de la cama y coge la escopeta al tiempo que le tira un beso y le guiña un ojo. Bridge hace un esfuerzo sobre humano para no ruborizarse y está segurode que lo ha conseguido. O casi.
-Habéis venido a rescatar al Líder – dice Johnny- Joder, Bridge, sabía que era él. Debimos haber hecho caso a Harry y volarle la puta cabeza.
-A buenas horas os dais cuenta -bufa Harry.
Celine mira a Angelo que, si está fingiendo, tiene la mejor expresión falsa de qué coño está pasando aquí de la historia.
-¿Ese? Joder, nunca os enteráis de nada -dice Burlona Celine-. Ese no es le líder. Estamos aquí por ese, por el barbas con pinta de náufrago.
-¿Por Harry? -Pregunta visiblemente abatido Bridge.
-Joder, Bridge, ¿en qué nos has metido, viejo amigo?
-No tengo ni puta idea, Johnny.
-Venga, ya hablareis de todo eso en la terapia familiar -interrumpe Laura-. Vamos a salir en fila, ordenaditos, como buenos chicos y dejando toda la artillería encima de la cama. Yo me quedo con tu antigualla ojazos. Y por supuesto, al que intente lo más mínimo, ¡le vuelo la puta cabeza, joder!
Cuando van saliendo y caminan por el pasillo de la pensión de mala muerte, Bridge, con una sonrisa
que no puede evitar, le dice a Johnny, la morena esa me ha llamado ojazos. Bridge no tarda más que un segundo en dejar de sonreír, más o menos cuando Johnny hace evidentes y sacrificados esfuerzos por asesinarle con la mirada.

Es una ciudad enorme y Caroline no puede encontrar ningún rastro. Peter trata de encomendarse a su intuición, que siempre le suele funcionar bastante bien. Pero entre más de setecientos mil harapientos de poco sirve la intuición. Se mueven por las peores callejuelas del centro de Tucson mientras la mañana corre lánguida y cientos de miradas nada amistosas se clavan en ellos. Pero hay algo que hace que cualquier ratero de poca monta fije otros objetivos distintos al tío de los ojos grises y a la pelirroja del tatuaje. Quizás sea su expresión, que dice tenemos más guerra que un legionario veterano, os su forma desafiante de mirar sin intimidarse nunca, su arrogancia al caminar. Algo de eso. O quizás que van armados hasta los dientes y el tipo en cuestión lleva una puta armadura de combate Multitude. Algunos pandilleros empiezan a seguirles, poco disimuládamente, caminando cerca, al lado de ellos, a izquierda y derecha. Esos pueden ser más pesados, son jóvenes y se creen muy duros. Y tienen que demostrar como de duros son. Peter desenvaina a Tadeusz y Caroline hace que su trenza dibuje alguna forma poco amistosa en el aire. Es curioso, pero poco después ya no queda ningún pandillero siguiéndoles, ni a un lado ni a otro. Peter va a decir algo, pero el primer trueno se lo impide. No se lo puede creer, pero cuando las primeras gotas empiezan a repiquetear sobre la aleación super avanzada de su armadura, un leve no me jodas es todo lo que acierta a decir.
-¿Lluvia? ¿Aquí, jefe?
-Eso parece, preciosa. Y puedes tener algo bien seguro. Esto no es ningún buen presagio.
Segundos después ya no son cuatro gotas. Es un aguacero en toda regla, una jodida tormenta en medio del desierto más cabrón que hay en todo el maldito país. Así que Peter sigue pensando que no, no es una buena señal. La gente, que no ha visto la lluvia ni en fotos empieza a enloquecer. Algunos de ellos pensaban que la lluvia era un cuento de los ancianos, ¿agua cayendo del cielo?, si claro. Por eso no es de extrañar que bailen y canten y se abracen y chillen enloquecidos.
Peter no está tan contento. Tanta euforia en el ambiente hará que cualquier idiota esté más dispuesto a causar problemas. Mira a Caroline que se escurre la trenza con evidente gesto de enfado. Caroline ve algo detrás de él y señala. Cuando Peter se gira ve a Johnny y a los demás bajando las escaleras de una pensión. Detrás de ellos van dos mujeres. Entonces a Peter le duele el costado. Y el pecho. Y una presión terrible se agolpa en sus sienes. Cuando ve a Celine casi puede ver cada gota cayendo a cámara lenta. El grupo dobla una esquina y se pierde en alguna callejuela. Tratan de salir corriendo pero el gentío que agolpa las calles y el barro que empieza a formarse en el suelo no ayudan. Esta perdiendo la paciencia, pero lo peor es que sabe que Caroline también la está perdiendo. Si mata a alguien se va a liar la de Dios y perderán a su presa. Coge a su ayudante por la cintura apretándola contra él, despliega las alas y salen volando, escapando del gentío.

Bien, vamos a hacerlo fácil, que será lo mejor para la salud de todos. La voz de Celine no deja lugar a la negociación. Más que una voz es una fría hoja de acero. Este muchacho se viene con nosotras y cualquier cosa que os haya contado la compartí. A cambio, nuestras preciosas balas se quedarán dentro de nuestras preciosas armas.
-Sabes que te seguiremos. Sabes que no lo dejaremo -la voz de Johnny tampoco deja lugar a dudas sobre si habla en serio o no.
-Vamos, Johnny, cielo, no seas tan cabezota -interviene Laura-. Venga, ojazos, seguro que tú eres más razonable.
 Laura le dedica a Bridge una enorme sonrisa que éste tiene muy claro que solo busca desarmarle.
-No os vamos a dejar que os lo llevéis. Celine ya nos conoce, la uncia manera en que no os sigamos es que nos matéis. Aunque supongo que eso para esa maldita arpía no es ningún problema. Bridge espera que al menos su discurso haya sonado como él esperaba.
-Me ofendes, Bridge. Yo no soy una psicópata. No me produce placer matar. Pero no me tiembla el pulso si hay que hacerlo. Es vuestra última oportunidad. Insisto en que nadie tiene porque morir.
De eso no estés tan segura.
La voz cae del cielo como un rayo, abriéndose paso entre el sonido del aguacero. Carolinecaterriza y en un segundo su trenza a desarmado a Celine y con una patada lanza el arma de Laura por los aires. Pero eso solo es el principio. El tiempo parece detenerse cuando Peter desciende batiendo las alas. El agua escurre por la armadura de combate y la cara empapada arde en una ira ancestral y casi diabólica. Los ojos negros no reflejan ninguna luz, aunque solo miran fijamente a Celine. Caroline apunta con sus dos pistolas al grupo de Bridge y la trenza dibuja amenazantes círculos cerca de la cara de Laura. El agua empapa el callejón sin hacer demasiado caso al drama que se tercia bajo ella.
-Te dije que te mataría se te volvías a cruzar en mi camino -dice Peter. No ve a nadie más que a Celine. Esto lo aprovechan Bridge y Johnny que recuperan sus armas y apuntan tanto a Caroline y Peter como a las dos cazarrecomepensas que les han sacado a la fuerza del hotel. Croline grita un, jefe, pidiendo instrucciones, pero su jefe solo tiene ojos y oídos para una persona. La caza ya es lo de menos. En un segundo ha recorrido la distancia que le separa de Celine y la empotra contra la pared del callejón, apretando un puño de hierro de fuerza aumentada por la armadura sobre el cuello de la mujer, que no pierde ni la sonrisa ni la mirada desafiante. Porque Peter ha vuelto a distraerse y no ve el cuchillo que busca su costado, una vez más, la tercera. Pero el cuchillo se detiene. La trenza de Caroline se ha cerrado en torno al brazo de Celine. Peter mira el brazo inmovilizado que aun sujeta el cuchillo y sonríe. Este vez no, nena, dice. Y un segundo después interpone su antebrazo en la trayectoria de otro puñal asesino que iba directo a la cara de Celine. El arma rebota sobre la armadura y cae al suelo y es como la señal que los cabrones de Plaga necesitan para abalanzarse sobe todos los presentes, sin distinguir amigos de enemigos, que se ven, de pronto, obligados a luchar codo con codo. Caen de todas las direcciones, pero el extraño grupo que se ha juntado es letal, y pronto la primera oleada de esbirros de Sorbinus yace en el suelo y su sangre se mezcla con el barro y el agua de la tormenta. Es lo de menos. En las azoteas del callejón pueden verse pocos segundos después un par de docenas de ojos amarillentos que les observan, como esperando una señal para atacar. Señal que no se hace esperar. Mide más de tres metros y ocupa una de las salidas del callejón casi por completo. Su cuerpo es esbelto y su brazos largos y musculosos y todo es de un color negro que brilla bajo el agua que le cae desde el cielo. En la cabeza, algo pequeña, brillan dos ojos amarillos y se dibuja una boca llena de dientes terriblemente afilados que sonríe a los compañeros que no saben bien como actuar.
-El hombre Harry Street vendrá conmigo -su voz parece salir de todas las gotas de lluvia, de todas los rincones del callejón -. Buen trabajo, asesinos. Mi jefe os pagará lo acordado.
-No tan deprisa, amigo. Esto me hule mal.
-Pero, jefe.
Peter coge a Caroline por el hombro y le susurra al oído, sácales de aquí. Caroline no sabe bien como reaccionar. No entiende nada y la respuestas de Peter es contundente. Grita, grita con todas sus fuerzas y toda la rabia que tiene dentro. Llévatelos, sácalos de aquí. Me reuniré con vosotros. Vamos. Apoya sus gritos con una bola de fuego angélico que choca en una de las paredes, cerca del esbirro enorme de Sorbinus y hace que parte del edifico se derrumbe sobre este. Peter vuelve a gritar, ¡Vamos, moveos! Y esta vez sí, el grupo empieza a correr, seguidos de los matones de Plaga que van cayendo uno a uno bajo el fuego de los fugitivos. Caroline mira a su Jefe desesperada. Y Celine también le dirige una mirada que no sabe como interpretar. Pero da igual. No hay tiempo para eso. Detrás de él, la imponente bestia de tres metros se ha liberado de los escombros y se ríe abiertamente.
-De verdad crees, humano, que eres rival para Nimrod, hijo de Noe, Nimrod el Levuatán.
-Tendremos que averiguarlo. Y te aseguro que mi padre mola mucho más que el tuyo -dice Peter. Pero el primer golpe en el pecho le quita las ganas de bromear.



miércoles, 1 de julio de 2015

La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.

Capítulo 5. Negocios. 

El puto jodido Doctor Spawlding. Las palabras de Johnny le despiertan como de un sueño. Un sueño que quizás ha durado demasiado. Un sueño que quizás continúe. Un sueño que quizás sea la vida  y ya no haya cabrón capaz de separarlos. Envaina a Tadeusz, que parece molesta. Ese maldito trozo de acero nunca tiene bastante. Mira de reojo a su socia. Sabe que en un solo segundo, estando esa preciosidad letal cerca, alguien puede irse de viaje al otro barrio con un billete solo de ida. Y, no puede evitarlo, siente la imperiosa necesidad de destripar lentamente al hijo de puta de Murphy, hacerle tragar cada una de su mierda de leyes. Cinco años alejado de sus amigos, del mundo que conoció, cinco años y ahora le toca cazarles. Tiene que haber una manera de salir de todo aquello. Entre otras cosas por que ese par de hijos de perra acabaron con La Corporación. Ni de coña van a ser presa fácil. Por algún lado hay que empezar de todas formas.
-¿Qué tal, Johnny?
-Cinco años, Doc. Así de bien estoy. Cinco putos años. Después de tantas batallas, de tantos peligros, de ir juntos al final del puto mundo conocido, desapareces una noche, sin decir adiós y apareces cinco años después para preguntarme qué tal. Así estoy Doc, ni más menos -Johnny le apunta con un arma. Siente tensarse cada músculo del perfecto cuerpo de Caroline, cada segundo pesa una tonelada-. Este tipo es nuestro amigo y no va a ninguna parte.
Johnny sonríe y esa sonrisa es de las pocas cosas que le dan escalofríos a Peter Connors.
Caroline da un paso al frente, pero la detiene con la mano. Mataría por un cuchillo de untar para prepararse dos ricas rebanadas de tensión.
-¿Cómo vas, Bridge? Te veo bien.
-Mentiroso -el tono de Bridge es mucho más relajado que el de su antiguo camarada de carretera-. Tirando, Peter, ¿y tú?
-Ya ves. No me quejo. Seguimos vivos, ¿no? ¿Qué más se puede pedir?
-Ya está bien, jefe, yo me encargo -Caroline da un paso al frente y su trenza empieza a danzar con disimulo mortal.
Johnny deja de apuntarle a él y apunta a la chica diciendo, como des un más paso pelirroja tu cara va a dejar de ser tan bonita, nena.
Peter aprieta los puños. Caroline bien es capaz de esquivar una bala, y bien es capaz de atravesar a Walker un segundo después con la maldita cuchilla de la trenza. Y Johny es capaz de disparar una segunda vez antes y volarle la cabeza. O Bridge, con la escopeta. Sea como sea no es un baile bonito y o juega bien sus cartas, cartas que aun ni ha mirado, o no va a haber ningún final feliz en aquella noche eterna. Vuelve a sujetar a Caroline. Y trata que su voz suene lo más amenazadora posible.
-Johnny. Bridge. De verdad que no quiero haceros daño. Pero este tío se viene conmigo. Caroline, yo me encargo -le dice y clava los ojos en ella con una mirada que dice, aquí yo soy el puto jefe. Nota como su socia clava en él una mirada asesina. Sabe que el lado levemente psicópata, bueno, o muy psicópata de la pelirroja está a punto de saltar. Y él también empieza a enfadarse. Pero solo se da cuenta de que ha desenvainado la espada cuando Bridge suelta un apagado, Tadeusz, entre dientes.
-Amigo -dice el tipo de los ojos azules al que han venido a cazar, apuntándoles también con un arma-. Yo no voy a ninguna parte.
-Sois menos, Doc -le dice Johnny volviendo a apuntarle-. Nos vamos, y aquí paz y después gloria.
-¿Me estás amenazando, Johnny?. ¿A mi? -Siente como la furia empieza a agolparse en sus sienes-. ¿Me amenazas a mi?
-No me dejas otra opción, viejo amigo -el tono con el que Johnny dice, "viejo amigo", es más afilado que la punta de cualquier bala-.
-Peter -trata de intervenir Bridge-. Somos nosotros. No puedes hablar en serio.
-No tengo nada en contra vuestra, Bridge. Pero tengo una reputación. He dicho que llevaría a este tipo a quién me ha contratado y eso haré.
-¿Quién te ha contratado? ¿Quién me quiere? Dímelo -les grita Harry sin dejar de apuntarles.
-Cállate -le contesta con absoluta frialdad Caroline-. Solo eres mercancía.
-¿Es esto para lo que te fuiste, Doctor, esto? -Le dice Johnny-. Para convertirte en un perro de presa.
-Algunos solo sabemos morder, Johnny. Tú tienes tu guitarra, yo esto -levanta a Tadeusz-. ¿Quieres comprobar qué hace más daño?
-Sí quieres bailar, bailemos.
Y no hace falta más. Así son las cosas. Así empiezan las batallas. Así se matan los amigos, los vecinos, los hermanos, los que un día antes comían hamburguesas y bebían cerveza en una puta barbacoa. Un segundo que vale por años de luchar codo con codo. Por años de sufrimiento mutuo y de espalda contra espalda. Un segundo que rompe en mil pedazos todas las botellas compartidas a la luz de confidencias y recuerdos rotos. Un segundo en el que aprieta la empuñadura de Tadeusz y la saca a pasear, en que siente la cuchilla de Caroline volando cerca de él, en que ve un objeto acercarse, la voz de Johnny diciendo, cerrar los ojos, la del tío harapiento que no ha abierto la boca diciendo, por aquí. Un segundo en el que una luz cegadora borra el mundo, un segundo en el que sabe que solo puede hacer una última cosa, y lanza un mandoble con Tadeusz que bien podría partir el mundo en dos.

Celine sigue mirando el cielo del desierto como si las estrellas, la luna y todo el lienzo le molestaran. Demasiado bonito. Y el mundo es tan bonito como un puñal oxidado en las entrañas envuelto en papel charol. Aprieta los puños y las mandíbulas. Laura le mira como no entendiendo muy bien qué pasa. Le ha contado toda la historia de la guerra, de Peter. Pero a medida que hablaba se ha ido dando cuenta de que no hay palabras para esa historia, que hay historias que no pueden ser contadas. Historias que no deben ser contadas, que no están hechas para que nadie hable de ellas, si no para que un puñado de desgraciados piensen en ellas en noches como esa, en la más absoluta oscuridad del infinito, y maldigan a todos los dioses por si acaso existiera alguno. No, no cree que Laura pueda entender lo que está en juego. Todo aquello. La furia que pueden desatar si ella se acerca lo más mínimo a Peter. Aun recuerda esos ojos negros y vuelve a sentir las frías garras del miedo jugueteando en su estómago. Y después está la promesa de todo lo que ese tipo al que llevan tantos meses siguiendo la pista lleva en la mente. La promesa de tesoros ocultos a los ojos de la humanidad por demasiado tiempo. Déjalo. La voz en su interior no es leve. Sabes que la muerte espera al final de este camino. No puedes volver a cruzarte con él. Le mataste dos veces. Esta vez te va tocar a ti. Los dados ya están girando y todos los lados llevan tu cara, guapa. Entonces, ¿por que hay una mano de hierro que le aprieta el corazón y le dice que siga?, que ese camino merece la pena ser recorrido.
-¿Qué hacemos, entonces? -Le pregunta Laura-. No podemos dejarlo. Podemos retirarnos con lo que ese tipo tiene en la cabeza.
-Laura, tampoco sabemos qué tiene realmente.
-Algo, lo que sea, algo debe tener cuando gente tan jodida va detrás de él, cuando hasta dos héroes de la guerra, dos putas leyendas como esos dos le están haciendo de escolta.
-Eso es lo malo. Eso dos tipos consiguieron acabar con el mayor terror que ha pisado la faz de la tierra. Y lo sé, joder, porque estaba allí, ¿te acuerdas? Y ese, ese mamón de la espada como tú le has llamado, es el peor de todos. Entre otras cosas porque lo primero que hará, antes de decir si quiera buenos días será matarme.
-¿La poderosa Celine Delpy tiene miedo?
Celine traga saliba. Si, Laura, piensa, y tú también deberías tenerlo. Empieza a pensar que se han metido en algo que les sobrepasa.
-No sabes de lo que son capaces esos tres juntos. Y no sabes de lo que es capaz el tío de la espada, créeme. Le conozco demasiado bien. Laura, ese tío es el hijo del Diablo.
-¿Tan malo es?
-No era una metáfora.

Peter Connors agudiza los sentidos. Recupera en un segundo el control y espera a que el pitido y la bruma se disipen y el mundo vuelva lentamente. Una granada aturdidora. Cabrones. Sabe de sobra lo que se va a encontrar y trata de decidir en esos breves segundos la mejor manera de lidiar con ello, porque no va a ser fácil. Cuando todo vuelve a la normalidad, sus antiguos camaradas se han esfumado por una puerta oculta en alguna de las paredes y Caroline le mira con un torrente de odio supurándole por cada uno de sus dos ojos claros. Algunos mechones, larguísimos y rojos como la sangre por efecto de la fantasmagórica luz, se le escapan de la trenza y le caen por el rostro, lo que hace que la furia asesina de su mirada se multiplique por diez. Mira al suelo. La rabia le arde en la boca, Peter casi puede saborearla y se pone en guardia. Aprieta el puño sobre Tadeusz y levanta la espada. Por nada del mundo quisiera hacerle daño a su ayudante hacia la que ha desarrollado un gran apego. Pero tampoco quería que su bella asesina matara a ninguno de a sus antiguos amigos. Ha actuado y ha decidido en un segundo y eso, con gente del carácter, digamos, tan poco estable como el de Caroline, siempre es un riesgo. La chica mira el suelo y ve la mitad de su trenza cortada, inerte. El filo de Tadeusz no especula con nadie. El filo de Tadeusz no distinguiría entre amigos ni enemigos si le dejaran.
-Lo siento -dice, pero su voz suena amenazante, no conciliadora. Pase lo que pase, él es el jefe y Caroline no debe olvidarlo-. Te dije que yo me ocupaba de ellos.
Respondiendo a un pensamiento de Caroline, los mechones que se han escapado de la trenza cortada se vuelven unir en una trenza perfecta. La chica se agacha y coge el resto de la trenza, con la mortal punta de acero afilado en el extremo, y la une con el que cuelga de su cabeza. Las nanomáquinas hacen su trabajo, su magia, y en un segundo la trenza vuelve a estar unida y a ser funcional. Para demostrarlo, en un gesto claramente amenazador, la cuchilla de acero baila a medio metro de la cara de Peter Connors, que no se inmuta y envaina a la espada.
-Jefe, ¿me puedes explicar qué coño pasa?
-Son mis antiguos amigos, con los que derroté a La Corporación.
-No me jodas -dice Caroline sin saber que más decir.
Sí, no me jodas, responde Peter. Aunque se lo dice más a él mismo que a ella. Encuentra la puerta por la que han escapado. Una antigua puerta de mantenimiento que se pierde en las entrañas de la tierra. Es de metal. Un metal viejo y corroído por los años que no es rival para Tadesuz. La hoja atraviesa el metal de la puerta como si fuera papel y Peter deja que Caroline vaya delante para que sus ojos biónicos les guíen en la oscuridad. No tarda en detectar el rastro de calor de los cuatro cuatro cuerpos y empiezan a seguirles la pista. Perdidos en medio de la oscuridad, la voz de Caroline parece sacarle de un profundo sueño para meterle  de lleno en una pesadilla.
-Tenemos un trabajo que hacer, jefe. Si se interponen tendrás que matarlos.
-Lo sé -dice Peter Connors mientras siente una punzada en la boca del estómago, un sentimiento muy humano que creía deshechado hacia ya mucho tiempo.

Angelo, el Líder, Jeremmiah, quién coño sea ese tipo escuchimizado y chiflado les ha conducido por un laberinto de túneles estrechos y húmedos hasta el principal. Cuando han visto la puerta por la que entraron, se han puesto tan contentos que ni se han parado a pensar si los carroñeros seguirían fuera. Han abierto la puerta y la luz del amanecer les ha recibido sin demediado interés. Betsy estaba ahí, sana y salva. Es lo único que importa. La mueven y la dejan enfilando la carretera que les debería llevar a Tucson. Pero Johnny se detiene. Primero mira a los cadáveres que han dejado atrás la pelirroja y Doc y siente un escalofrío al saber quien les está persiguiendo. De pronto los cabrones de Plaga parecen uno niños de parbulario. No quiere ponerse a pensar si el que fuera su hermano de armas, su viejo amigo, ha cambiado tanto como para darles caza hasta la muerte. Lo mejor es correr como el viento y poner tierra de por medio y tardar lo máximo posible en averiguarlo. Pero sabe que Betsy no es tan rápida como esas dos bestias pardas negro mate que acechan unos metros más allá. Doc, tiene muy mal gusto para las mujeres. Siempre son guapas, pero debería dejar de codearse con zorras homicidas. Pero es innegable que el cabrón sigue teniendo un gusto exquisito con los coches. Si tiene que apostar, está claro que el Challenger es el suyo. Da igual. A la mierda con los dos. Con un gesto que le duele más de lo que está dispuesto a reconocer, y con unos disparos de una precisión delirante, vuela dos ruedas de cada coche, que se tuercen ante la pérdida de presión de aire. Bridge le mira con un gesto de evidente admiración
- No has perdido puntería, ¿eh?
- Eso parece. Vámonos antes de que Doc nos encuentre.
-¿Y qué hacemos con él?
Johnny mira a Angelo, que pone ojos de cordero degollado y una evidente expresión de por favor no me dejéis aquí. Johnny siente que le va a estallar la cabeza.
-Nos sacó de allí, Johnny. Démosle el beneficio de la duda.
-Es una puta broma, ¿no? Tiene que serlo -grita Harry.
-No tenemos tiempo para esto -contesta Johnny-. Nos vamos, ya veremos que hacemos con él. Harry, si intenta algo, mátalo.
-Ni lo dudes. 

 
Ya es de día cuando Caroline y Peter salen al exterior. Betsy ha volado como un pájaro enorme y gordo arrastrando su panza por el desierto. Peter ve las ruedas de los coches y sonríe, buena jugada Walker. Lo que Johnny no sabe es que esos neumáticos cuestan una fortuna y llevan una tecnología de nanomáquinas parecida a la de Caroline. En una hora se habrán auto reparado y podrá seguir la persecución. Persecución hacia dónde. Caroline ya está examinando el suelo del desierto en busca del rastro de Betsy. No hace falta ni que le pregunte. Tucson, dice. Nota que la chica sigue desconfiando de él. Y todo aquello empieza a cabrearle. Al final todo son negocios, qué coño. Ha elegido una vida y tiene que ser consecuente. Los trabajos hay que acabarlos, ¿no?. Al fin y al cabo cada trabajo que ha hecho tenía también amigos, y familia. Abre el maletero del Challenger y saca un maletín verde militar y lo deja reposar sobre la arena del desierto. Caroline se acerca y le mira con evidentde satisfacción. Eso está mejor, jefe, le dice. Peter abre el maletín y se queda mirando el interior. Como una especie de ritual, empieza a ensamblar en su cuerpo las piezas de la armadura de combate Multitud Voltex X-10, del mismo tono verde militar que el maletín. Una joya de antes de la guerra de la que casi nadie sabía su existencia. Nota como las piezas se adhieren a su cuerpo. Dura como el titanio y ligera como el plástico. Pronto nota como su fuerza aumenta. Y su velocidad, y como la armadura empieza a regular la temperatura de su cuerpo. Ahora si está listo para la caza. Inserta a Tadeusz en la espalda y espera pacientemente a que los neumáticos se reparen. Algo ocurre. Una punzada, un presentimiento, un leve escalofrío en la nuca. Algo que no sabe como explicar. Alarmas de viejo guerrero arraigadas en el subconsciente. Por un segundo le ha parecido ver una figura observándole en el horizonte, en lo alto de una duna. Una figura que le ha recordado...no, no puede ser. Eso si que no puede ser. Los coches hacen un satisfecho sonido que indica que están listos. En pocos segundos sus enormes motores gritan como animaleqs salvajes que desafían al desierto. Bestias, fieras hambrientas. Comienza la caza.