lunes, 14 de marzo de 2016

La invasión de los girasoles mutantes 2. Proyecto Voz de Dios.

Episodio 16. Muchas veces yo (parte II).

Tienen el objeto delante y ninguno sale de su asombro, sobre todo Bridge y Peter, aficionados a la historia como son. Lo tienen delante, pueden tocarlo, pero su mera existencia rebate todo lo que los presentes conocían de la historia del mundo. Lo que tienen delante es una estela de piedra. No tiene ningún dibujo, aparte de la silueta de una mano en medio de la losa de piedra de algo más de metro ochenta de alto. Lo que si tiene es varias inscripciones, dañadas por el tiempo y solo parcialmente legibles, lo cual no tendría nada de extraño, si no fuera porque, según el  tipo que se hace llamar Harry numero 56, tiene varios centenares de miles de años de antigüedad y se encontró en Sudamérica. Por eso el hecho de que las inscripciones estén en jeroglíficos egipcios, en escritura cuneiforme, glifos del altiplano y algún idioma más que no son capaces de reconocer, hace que sea hasta algo espeluznante tener delante aquel objeto que desafía la historia. Imagínate, dice la vetusta copia de Harry Street y su mirada parece perderse en algún punto perdido de un espacio y tiempo muy lejanos a aquel laboratorio subterráneo y ultra secreto. Imagínate cuando descubrieron esta preciosidad en una cámara secreta del Templo de las Inscripciones. Imagínate como se debieron sentir, todo su mundo se debió derrumbar, como imagino que se está derrumbando el vuestro ahora mismo.
-¿Es auténtica? -Pregunta Bridge, que siente un enorme cosquilleo en el estómago.
-Totalmente -responde el numero 56.
-Pero, ¿qué tiene que ver con migo, contigo, con todo este lugar? -Pregunta Harry.
-La inscripción, querido hermano -responde Harry 56 sonriendo enormemente-. En todas las lenguas pone lo mismo. Es un código genético, registrado por una mano que se nos escapa en los albores del tiempo.
-Un código para qué.
Harry 56 mira a su hermano y vuelve a sonreír, mientras le golpea suavemente en el pecho con un dedo indice huesudo. A ti. A mi. A todos nuestros hermanos fallidos. Es un código genético para construir un humano, a ti, a mi. Un humano especial, por que la secuencia difiere un poco de los humanos normales. El problema era que la tecnología de la que disponían nuestros creadores estaba mucho menos avanzada que la de quién registró ese código en piedra. Tampoco ayudaba el hecho de que la inscripción estuviera tan dañada, de ahí las copias menos afortunadas que has visto al entrar. Por fin dieron con la clave, y nací yo. Luego, todo es historia. Los girasoles. La civilización que se fue al garete. Me quedé aquí, solo, con toda esta información en mi cerebro, la misma que tienes tú, y con la maldición de que nunca podría saber par que fui creado, cual es el secreto que esta piedra ocultaba.
-¿Entonces? -pregunta Laura-. ¿Tú creaste a Harry?
-Tenía toda la información en mi cabeza. Podía repetir el proceso. Pero luego pensé que ya que yo no había podido vivir una vida de verdad, como un hombre libre, uno de nosotros se merecía ese derecho. Así que te implanté unos pocos de recuerdos falsos, lo de despertarte en un laboratorio subterráneo y todo eso y te llevé fuera de la ciudad por los túneles de alcantarillado. Te lancé al mundo, para que pudieras vivir una vida normal.
-Pues como puedes comprobar he tenido de todo menos una vida normal. Y ahora descubro que soy un puto muñeco manufacturado en serie.
-Eso no es verdad, tío -Interviene Johny-. Hemos viajado, peleado y nos hemos jugado la vida contigo. Eres tan humano como cualquiera de nosotros.
-Tiene razón, Harry -asiente Harry 56-. En ese código no solo había información, había mucho más allá de órganos, pelo, uñas. Hay algo más que nuestros creadores no podían entender y que costó mucho reproducir, de ahí que hayas visto copias perfectas que no fueron viables. Había, no sé cómo decirlo, un hálito vital escondido en la linea genética.
-Esto es demasiado. Necesito sentarme.
Thrud se acerca a la estela y la mira con una sonrisa divertida, pasa la yema de los dedos por la superficie y trata de encajar la palma de su mano en el bajo relieve de la mano que se dibuja en medio de la estela.
-Esto no es piedra. No es piedra normal. Esto es algo más. No fueron manos humanas las que construyeron esto. O al menos no era humano el cerebro que había detrás.
-No se te escapa nada, niña.
-No soy una niña, soy mucho más vieja que tu, amigo. Este objeto se escapa del control de los dioses. Hay algo muy poderoso pero totalmente distinto detrás. Harry, pon la mano aquí.
-¿Qué dices, Thrud?
-Hazle caso a tu amiga, hermano -dice Harry 56.
Harry no entiende nada de lo que está pasando pero hace caso,cruza la sala, se planta delante de la estela y con un miedo que no entiende de dónde sale, pone su mano en la huella.
A todos se les escapa un grito sordo cuando el objeto empieza a zumbar y a hacer ruido. Harry se aaprta asustado del trozo de piedra, que sigue emitiendo un zumbido quedo. Y de pronto, ante los alucinados ojoso de todos, un mapa del mundo se dibuja sen el aire sobre la estela, en una especia de haces láser azules.
-¿Que coño? -Es lo único que acierta a decir Harry. Los demás ni eso, como hipnotizados por la luz azul que sale de la estela de piedra.
-Eso es lo que sois, Harry -dice Thrud, absolutamente fascinada por los destellos azules que se dibujan en su cara- Una llave, una llave para encontrar algo -y mientras dice eso señala varios puntos, seguidos de sus coordenadas al lado, que se dibujan en el mapa del mundo.
-Eso es lo que siempre he pensado y -dice Harry 56-. Yo no me atreví, y puesto que el destino te ha empujado a no vivir la vida normal que soñé para ti, hermano, tienes en tu mano llegar al final de este misterio.
-Y si no nos gusta lo que encontramos al otro lado -dice Ángelo, con un tono de voz de lo más sombrío.
Nadie se atreve a contestar.
-¿Y dónde están esos puntos marcados? -Pregunta Bridge.
-Nuestros creadores los tenían identificados. Tehotihuacan, Mesopotamia, Egipto. Hay un punto para casi todas las grandes civilizaciones y algunos en sitios en los que aparentemente no hay nada. Y uno, amigos -señala uno en la zona del mapa que en su día fueron los Estados Unidos-, uno lo tenéis cerca, el Cañón del Chaco, en Nuevo México.
Y antes de que puedan decidir nada, un temblor en todo el laboratorio apaga las luces de la estela y el mapa desaparece. El temblor presagia algo terrible, como siempre. Sacude todo el edificio, todo el laboratorio, desde la punta de la pirámide hasta los más oscuros cimientos de aquel complejo demencial, les dice, tranquilamente, sin querer inmiscuirse demasiado, pero dejando clara su postura, que deberían ponerse en camino y largarse de allí de una puta vez. Peter se levanta apoyándose en Tadeusz y no hace falta que diga nada más. Todos los demás siguen su ejemplo, mientras Harry sigue con la mirada perdida en la estela que brillaba hace un segundo con un fulgor de milenios. Caroline trata de ayudar a Peter, pero éste, una vez más, rehúsa con una amabilidad sorprendente, a la chica. Puedo yo solo, de verdad. Chicos, Él está aquí, tenemos que irnos.
-Sí, hermano-dice Número 56-. Sea lo qué lo que sea eso que os persigue, no puedes dejar que se apoderen de lo qué se esconde detrás de todo esto.
Un nuevo temblor acompañado por el fallo de luces y el chisporroteo de sistemas informáticos apoya las palabras del clon.
-Harry -dice Johny-. En serio, tenemos que salir de aquí.
Harry vuelve la cabeza hacia sus compañeros, saliendo de pronto del trance.
-Ven con nosotros -le dice a Número 56. Pero este niega con un gesto de cabeza lleno de amargura, de una tristeza resignada que esconde a duras penas bajo una sonrisa débil y temblorosa.
-No, hermano. Soy demasiado viejo. Nunca he estado fuera, solo os retrasaría -y diciendo esto coge a Harry por los hombros-. Llega al final por todos nosotros. Dale un sentido a nuestra existencia.
-Lo haré.
El complejo entero se sacude, fragmentos de techo y pared caen al suelo y algunos de los tanques empiezan a saltar hechos pedazos. Preparan la marcha a toda prisa.
- Seguiré vuestro camino por las cámaras -dice Número 56-. Puedo abrir las puertas desde aquí. Una vez fuera, no miréis atrás.
En marcha otra vez. Peter se mueve con dificultad, pero antes de salir por la puerta, le dice algo a Bridge.
- Bridge, ayúdame, nos llevamos uno de estos.
- ¿Estás loco? ¿Para qué coño quieres eso?
- Ayúdame, maldita sea. Tengo un plan.

Se dan cuanta de que algo no va bien en cuanto salen a la calle y encienden el motor de Betsy. Bueno, más bien se dan cuenta de que algo va aun peor de lo que iba hace un rato. Algo a parte de los temblores de tierra, quiero decir. Y del diluvio artificial que parece que va a comerse el mundo. Y de los rayos que se estrellan aquí y allá emborronando un bonito cuadro de destrucción. Y de que las hordas de draugr corren en una dirección concreta haciendo caso omiso de ellos. Bridge arranca. Empieza a buscar desesperádamente la salida de la ciudad, esquivando muertos vivientes que parecen no verles. Y todos saben, aunque nadie lo dice, como un oscuro secreto compartido en un mortal silencio, porque los draugr les dejan en paz. Algo mucho peor llama su atención. Todos tienen en la cabeza qué, quién más bien, ocupa las corrompidas mentes de los muertos. Pero para que la espera no sea cruel, sin banda sonora y sin fanfarria, al girar una enorme avenida que desemboca una amplia plaza rodeada de la sombra ruinosa de lo que una vez debió ser un inmenso parque, está la imponente figura de Nimrod, plantada en medio de la noche, como si esta no fuera más que un decorado pintado, el escenario desquiciado de un montaje wagneriano dirigido por algún dios demente. Y Nimrod es más Nimrod que nunca, ha multiplicado su tamaño, alimentado la lluvia y los relámpagos, mide casi veinte metros de alto. En torno a sus hercúleas piernas se arremolina un hormiguero de draugr que golpean, arañan, muerden, apalean, disparan, hasta intentan trepar los muslos negros bruñidos del Leviatán, como un ejército de hormigas enfrentadas a un escorpión. Pero Nimrod solo ríe y tapa el estruendo de los truenos.
-Harry Street -dice con una voz que hace hervir la sangre-. No puedes escapar de mi.
Se agacha y clava las manos en el suelo, aplastando una decena de cuerpos decrépitos con cada una. El autobús se estremece con la sacudida que recorre el suelo de la ciudad. Está claro que deberían salir por piernas de aquella maldita locura, sí, pero es que la imagen es tan demencial, que ninguno es capaz de reaccionar. Nimrod empieza a deshacerse, a derretirse, a licuarse. Peter ya ha sufrido la capacidad de Nimrod para convertirse en una especie de liquido duro como el acero. Pero el asombro y el insufrible dolor en el pecho le impiden decir nada.
En pocos segundos Nimrod a desaparecido y otros pocos segundos después son los draugr los que empiezan a desaparecer, engullidos por la tierra. Una mancha negra circular empieza a expandirse por el parque y por donde pasa, el suelo va desapareciendo, hundiéndose en las profundidades de la tierra, tragándose todo, arboles, muertos, todo. Cuando la mancha oscura llega hasta la primeros edificios, estos se derrumban con un estruendo dramático.
-Bridge -dice Johny-. No te quiero meter prisa ni mucho menos. Pero, ¿Qué tal si arrancas de una puta vez y nos vamos de aquí?
Betsy derrapa y sale como una flecha en dirección opuesta. El ruido de su motor, como cualquier otro ruido, hasta el de la tormenta, quedan sepultados por el del suelo abriéndose y precipitándose a un agujero insondable, por el de los edificios engullidos por el vacío, por el ruido, en fin, de una cuidad desapareciendo de la faz de la tierra delante de sus narices, bueno más bien detrás de sus espaldas, pues es la destrucción total lo que les pisa los talones inexorablemente. Es una imagen que, por alguna razón, es más triste que terrible. Lo que pueden ver, Bridge, empapado por la lluvia y el sudor, a través de fugaces miradas por los retrovisores, y los demás perplejos, con las caras pegadas a las ventanas de Betsy, es Las Vegas desapareciendo. La realidad reducida a un mosaico absurdo que se desmenuza. Si las ciudades tienen alma, Las Vegas, aunque joven en edad, es anciana en sueños rotos, en dolor, en felicidad, en risas perdidas, en noches sin tregua, en tragedia, en crueldad, en ilusiones pasajeras y puede que incluso en esperanzas. Todo eso se está perdiendo, segundo a segundo, palmo a palmo, en un inmenso e inmisericorde agujero. El Leviatán se lo come todo y el estruendo de los edificios al desmoronarse, del suelo al resquebrajarse, es el llanto agónico de la ciudad muriendo. Es el grito del mundo por la enorme brecha que se le está abriendo. Es un estruendo que encoge los corazones y que parece detenerse en un segundo mortal cuando la mole de la pirámide del Luxor se hace trizas a lo lejos, estallando en miles de millones de fragmentos de cristal, que mueren como estrellas lejanas sin nombre al precipitarse por el enorme agujero. Poco a poco la ciudad que tantas canciones, películas, fotos llenó décadas atrás desaparece, edifico tras edifico, calle a calle. Casi todos ellos llorarían, si no fuera porque el suelo, a cien metros detrás e ellos, no deja de desaparecer y la carretera tiembla haciendo la conducción insufrible para Bridge. Un grito, no sabría bien decir de quién le llega ahogado por el resto de gritos de horror, un grito de, Bridge por dios písale, ¡písale!. Pero tiene la sensación de que está tocando la carretera con la punta de la zapatilla, ni el puto Pedro Pícapiedra podría pisarle más a fondo. La pena es que no sirve de nada, un esfuerzo sobre humano más tragado por la fatalidad. Puede ver por los retrovisores como el suelo desaparece a su espalda, a su alrededor, como Las Vegas, de la que solo quedan ya algunos edificios aislados en las afueras y las carreteras que salían de la ciudad, que parecen serpientes tratando de escapar de la destrucción en medio de la noche, se desvanece. Bridge ve a su derecha una salida que enlaza con un cambio de sentido elevado. Sin pensárselo, pisando el acelerador a fondo y despidiéndose muy afectuósamente de su cordura, y muy posiblemente del mundo, enfila la subida, escupiendo revoluciones, machacando el viejo motor de Betsy y haciendo caso omiso de los gritos de Ángelo, que ha conseguido adivinar lo que el loco del volante de Bridge pretende. ¡Bridge, hijo de puta. ¿Estás majara? Pero no consigue acabar la frase. La subida se acaba, Bridge ignora la curva, se empotra contra las protecciones de la calzada elevada y Betsy emprende el vuelo. En momentos como ese, la vida se mide en segundos. Un autobús volador. El paso elevado que les ha servido de trampolín que se derrumba tragado por la nada de Nimrod. El suelo bajo ellos que va despareciendo, resquebrajándose aquí y allá. Los sonidos que parecen frágiles en el aire del desierto. El agujero que poco a poco parece pararse. Betsy que empieza a caer. Bridge que cierra los ojos, para no saber si donde van a caer sigue siendo tierra firme. Y de pronto. Como un parto. Como un nuevo Big Bang. Con la música comenzando a sonar, Betsy cae, y al segundo bote sus neumáticos traccionan y sigue por una carretera dulce, una esperanza llena de asfalto.
Bridge grita, bota en el asiento.
- ¡Sí, joder! ¡Soy el mejor, coño! ¡Chúpate esa Nimrod! ¿Habéis visto eso? ¿Lo habéis visto?
Pero cuando se gira un segundo para mirar a sus compañeros, le sorprende el color blanco de sus caras y la expresión de terror (que juraría que es aun peor que la que les estaba provocando la destrucción de Nimrod).También le sorprende la incapacidad aparente de todos ellos de articular sonido alguno, así como la expresión de sus ojos, que si no les conociera bien, diría que es le están diciendo con la mirada, si salimos de esta, te matamos nosotros.
Tampoco hay tiempo para más. Al Leviatán no se le acaban las armas. Del agujero inmenso que ha engullido Las vegas empiezan a salir sonidos y cuando miran hacia allí, unas manos enormes, al menos media docena, surgen de las porfundudides y se lanzan a por ellos. Vuleven los gritos, el miedo y la persecución a todo ritmo con las guitarras tronando, Bridge, en una conducción completamente suicida, esquiva un par de esos puños de hierro que se estrellan contra el asfalto que, empapado por la lluvia incesante, hacen que las maniobras de Bridge sean muy perjudiciales para la salud, ya que pueden matarte por una buena colección de huesos rotos o de un puto infarto. Lo que esta claro es que no va a poder esquivarlas todas. Hay que hacer algo. Y Peter hace algo. Abre la puerta de atrás de Betsy y se lanza a la lluvia, con las alas abiertas. Cuando aterriza, en ese breve segundo de quietud, todos pueden ver que lleva a Harry agarrado por la solapa que, de rodillas, no parece entender muy bien lo que está pasando. Luego grita, grita con todo el poder del nephilim que lleva dentro, y su voz suena rara, oscura, fría. Y su voz suena por encima de la tormenta.
-¡Nimrod! ¿Es esto lo que tu jefe quiere? Pues que lo tenga.
Y un segundo después un un metro de acero ancestral sale del pecho de Harry, cuya cabeza empieza a caer hacia atrás, pero no le da tiempo, pues con un gesto terriblemente rápido, Peter saca la espada del pecho del hombre y le corta la cabeza con mandoble limpio, quirúrgico. La lluvia arrecia y los rayos se reflejan en el cadáver de Harry, en su sangre que la lluvia parece no poder diluir. Peter levanta un vuelo errático. Y se estrella contra el suelo del interior de Betsy.
- ¡Arranca de una puta vez Bridge, vámonos de aquí! -Grita, entre dolores terribles. Nadie dice nada, solo le miran entre asustados y asombrados. Lo último que ve, antes de perder el conocimiento, es la inmensa silueta de Nimrod, ya en su tamaño normal, agachado sobre los despojos de Harry. Luego, por enésima vez pierde el conocimiento y cuando la oscuridad llega ya, le sonríe, es una vieja amiga.